-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

26.2.12

Sigo

Este blog se termina acá.
Sigo en Anoche me fui del Facebook. Los que quieran, ahí me van a encontrar.


Gracias a todos los que hasta hoy y con las interrupciones de Enfermera y Matemática o Diana Laurencich, me siguieron.
Termino con la imagen de un tatuaje realizado por Lionel, uno de mis preferidos.

19.2.12

Otra noche sin dormir


Desde que llegué a esta ciudad, el jueves pasado, no puedo dormir. Me levanto de la cama e intento poner la mente en foco. Acompasar con el cuerpo la torpeza de la mente. Pero es más tonto el cuerpo. Es casi bobo.
No logro pensar, ni escribir, ni concentrarme en nada.
Me despierto sobresaltada de sueños con grandes carreras que no conducen a ninguna parte. ¿Será el documental Vals con Bashir, qué vi el otro día? ¿O el de ayer, A Valparaíso?
De cualquier forma, corro durante la noche arrastrando cuerpos, como los personajes de la novela Tiro de Gracia, de la Yourcenar, que leí hace poco.

Guerra.
O destrucción, en ese estado está mi subconciente durante la noche. 
Y yo , apenas una estudiante de arte de veintipocos años, encerrada en un cuarto de universidad en ruinas, con un lavabo que pierde atado con hilo de pizza, supongo, no veo claramente cuál es el hilo que ata el grifo con herrumbre y del que siempre caen gotas, manchando el lavabo y haciendo más lúgubre el pequeño lugar, yo escribo. Escribo poesías e intento ordenarlas. Las traduzco a varios idiomas y hago como presentación una farola china, o una de esas guirnaldas que se usaban en los cumpleaños cuando era chica, una celeste turquesa, es la que más me gusta para iniciar mi libro, debo presentárselo a un profesor medio ruso, medio francés. Escribo en francés y alemán. Supongo me entenderá. Y armo el libro. Pero se me destartala cuando lo voy a presentar. Entonces corro. Salgo de mi cuarto en la Universidad de Arte, pago el canon por salir, como si le pagara una coima a algún empleado público que cede porque tiene hambre, y corro. Corro con sobrevivientes a cuesta, con muertos al hombro o sola, a veces llego a habitaciones desoladas adonde las mujeres son putas gordas que no pertenecen a esta guerra. Otras veces llego a sitios altos, como las cuestas de Valparaíso, más y más esceleras, más y más subir, me pesa el subir, pero huyo de algo. O salvo a alguien. Uno distinto cada vez. Mi pashmina roja se enrieda, pero nunca la pierdo, tengo el buen sino de rescatarla a último momento. Eso me retrasa la carrera. Llego a lo alto de las escaleras de metal en zonas devastadas por la guerra. Y cuando no pasa ningún camión con soldados, me tiro al mar. Creo que es mar, creo que es cielo, pero nada de eso es. Cuando al fin floto, son pocos los segundos de felicidad, de libertad que tengo, todo termina en una dureza de la que me despierto.
No grito. No lloro. Sólo despierto y no encajo la mente en las cosas cotidianas.
El cuerpo tiene una torpeza que no la conocía en el sueño. El cuerpo pesa y no es ágil.
Escucho voces. Entran por las ventanas. Llueve. Miro hacia la única luz que está encendida en la casa . Mi hijo. Tal vez él  esté de mejor humor. Tal vez tampoco haya podido dormir. Le cuento que quiero cambiar los colchones, el orden de las habitaciones, las camas de lugar. Accede a lo segundo y a lo tercero. Lo primero no le interesa. Tu colchón es viejo, le digo, así no podés dormir cómodo. Me hace un gesto. No le interesa. Pienso en cómo conozco a mi hijo. De dónde. Cuándo.
Le digo que no aguanto más el ruido de esta casa, a vos no te molesta. Asiente. Creo que me voy a ir. Asiente.
No puedo escribir, no puedo pensar.  Sufro. Odio. Qué raro, hacía un tiempo largo que no usaba esa palabra. Me la vedó alguien diciendo que era muy fuerte, hace unos años. Me arrepentí, hasta que la leí en los diarios de Alejandra Pizarnik, y la volví a usar. Es una expresión de una persona trágica. Ella lo era, yo también. No pasa por la maldad. Pasa por  la gravedad del asunto, del disgusto con algo. Yo odio, sí, odio esta casa tanto como la amo. Acá me crié, acá me besé con mis novios, acá me peleé con mis hermanos, mentí a mis padres, hurdí fiestas, me reí, me eduqué, escribí mi primera poesía y mi última novela, esperé despierta la llegada de mi único hijo, despedí a mi madre de esta vida, abracé a mi viejo en su silla de ruedas después de cuatro años de no verlo. Acá también cuidé hijos ajenos. Ahora no veo a ninguno. Estoy vieja. Soy un mueble usado para ellos. No saben lo que el mueble contiene. No los saben. Pero a ellos no los odio. Sólo los compadezco por dejar pasar el tiempo, este tiempo de poder hablar desde la lucidez que todavía tengo.
Mi hijo busca una pinza para sacar de una mesa unos clavos que ya no se usan . Él todavía construye, cuando no detiene el tiempo en sus juegos cibernéticos, pero mientras tenga algunos libros en su mesa de luz a medio leer, no me parece que todo esté perdido. Dostoievsky, London, Hesse. No tengo de qué preocuparme.
Va clareando cada vez con más rapidez. Por  suerte es domingo de carnaval. Ya los gritos se acallaron y los colectivos ralean.
Puedo volverme a dormir. Quizá descubra hacia dónde corría hoy.





9.2.12

Spinetta, los patos y los elefantes.

Ayer murió Spinetta.
La noticia me llegó a través de una amiga, Laura. Yo estaba en la casa de unos amigos músicos. Analía Nocito y Juani. No pude contestar el mensaje. Me quedé muda.
Lo primero que me vino a la cabeza es la imagen de mi hermana Alejandra y yo. No una. Cientos de imágenes de nosotras. Toda una vida unidas por el mismo amor a Spinetta. La misma devoción. ¿Será que mi hermano Sergio , diez años mayor que nosotras,nos transmitió esa genialidad del flaco mostrándonos una foto en una revista de la época? Las cosas que se aprenden de chico son muy difíciles de olvidar. Son mandatos.
Amarán a Spinetta como si fueran ustedes mismas. Algo así nos clavó nuestro hermano en 1968.
Pero no sé por qué siempre que nombro a Luis la debo nombrar a mi hermana. Quizá a ella no le pase lo mismo. A pesar de nuestra condición de gemelas. A pesar de haber fantaseado con él una y mil veces. A pesar de ser Ale la mejor imitadora de la voz de Luis que yo haya conocido en mi vida.

Sigo sola.

Ayer, cuando me llegó el mensaje, entendí el día. Entendí por qué antes que Analía me pasara a buscar, llegué a anotar una frase, sólo una frase acerca de desazón que sentía y no sabía por qué. Eran las tres de la tarde.

Languidezco como un pato.

Lo anoté en mi ordenador antes de irme. Antes de escuchar la bocina. Languidezco como un pato. Por qué me sentía así me preguntaba. Por qué me vino esa frase a la mente. Por qué la escribí apurada si a las tres dijo Analía tocaría la bocina.  Y por qué un pato se preguntará el que lee.

Cuando llego el sms con la noticia de la muerte de Luis entendí. Todo.

Desde que conocí ese libro para chicos, El Pato y la muerte, de Wolf Elbruch publicado por la editorial de Bárbara Fiore, me guardé , como el perfume de las azucenas, bien hondo bien hondo , la relación entre mis adorados patos (los del río Würm confidentes de mis tristezas) y la muerte.

Por eso, cuando llegó el mensaje de la muerte de Luis, entendí. El viento y la mariposa muerta que había puesto en mi portada de facebook a la mañana. El viento y  el sol que se había ido. El viento y la muerte de un poeta, que como todos los poetas, al morir, se llevan parte de nuestra vida pero que a cambio, nos dejan mil imágenes, perfumes, historias, que serán repetidas por generaciones y generaciones.

Anoche, lo último que dije antes de dormir (como seguramente una gran parte de los argentinos) fue Spinetta, hoy cuando desperté, pensé Spinetta.  Ya no está, me dije,  hoy ya no está, todo es distinto, puedo demorar el día, puedo quedarme un rato más en la cama, puedo. 
Pero de pronto, un perfume más profundo que todas las azucenas del jardín juntas, me hizo saltar de la cama, alguien había desparramado ese perfume en mi casa, y me levanté, abrí puertas y ventanas para ver de dónde venía y salí al jardín, los pájaros, los pájaros que siempre huyen cuando les tiro miguitas, para después volver y comerlas, los pájaros se quedaban quietitos, con sus ojos de costado sobre mis movimientos, ninguno volaba, me acompañaban; y el sol, que ayer se había escondido de una tarde salvajemente gris, hoy asomaba tibio, acariciando.

No tuve dudas. Luis  ya estaba acá. Su espíritu, su esencia, su no materia, poblaba todos los rincones de esta casa y de este jardín que tantas veces escuchó su voz y sus acordes. Por eso me puse el agua para el mate, y comencé a cantar Los Elefantes. Los que van a morir de paz. Como él.




6.2.12

No sé por qué


Hay días que se presentan nauseabundos
a pesar de la mañana inocente
del mar dorado
la rueda de la bicicleta zumbando al rozar el freno
el pan caliente
del olor de las azucenas
de la amphelopsis
el pajarito de pecho celeste
el dulce casero
o el ladrido de un perro.

Hay días en que mi fe se desvanece
y me digo que no voy a creer más en la gente
juro y perjuro que me hace mal darles
el mínimo crédito
la menor chance.

Tanto es lo que me duele que pasaría sola el resto de mi vida.
Como Ginés, el farero aquel, de La Graciosa.

2.2.12

Muchos esperan que resistas

No hay caso, esta música me acompaña desde ayer. El otro día hablamos de la película con Ana, quizá fue un presagio, quizá un hilo dorado que une historias, notas, resistencias, amores , dolor, vida.
La vida es bella hermanito mío, ya verás dice la canción, ya verás cómo a pesar de los pesares, es bella.
Acordate de lo que te escribí anoche, pensando en vos. Siempre, acordate.

Necesitaré tu alegría. Tus libros. Tu señalamiento. Tu camino.
Yo aún estoy en él. La maravilla es que vos también.
En ese camino que no nos pudieron borrar, que no pudimos torcer, aunque a veces nos pareció que estaba perdido , de tanta niebla que había entre nosotros.
No hay más palabras chico que éstas, las que te canta a vos hoy, una de las mejores intérpretes de las palabras de Goytisolo.

A Coco.

29.1.12

Limpieza

El taxi partió llevándose la silueta del chiquitín llorando y saludando al mismo tiempo. Yo hice lo mismo hasta que lo perdí de vista.
Me di vuelta y estaba el perro abandonado y mi hijo mirándome.
Buf...qué bajón, dije secándome la cara. Vamos a darle de comer a este perro, parece que tiene una pata quebrada.
Entré dispuesta a no pensar. Sabía que si me quedaba con la imagen del Rufo en el taxi, mi domingo acabaría en la cama. Y se venía tormenta. Y se venían los pendorchos, como les dijimos en joda con la madre del Rufo a los jóvenes que poblarían la casa desde el lunes.
Mientras buscaba qué darle al perro, pensaba en el cambio de sonidos que se produciría al día siguiente. Con suerte rock'n roll y risas. Pero eso era al otro día. Dejaría que el tiempo me dé la sorpresa.
Encontré unas galletas que dejó el Rufo mordisqueadas. Esto le va a gustar, pensé. Si le gusta al Rufo, que es casi un cachorrito, con sus instintos abiertos, su franqueza, su inocencia...Le llevé al perro las galletas. Mi hijo me dijo que a los perros les hace mal el chocolate. Si tiene que morir, que muera con un poco de placer en la boca, le contesté, mientras las partía adelante de su hocico. El perro se las manducó todas desesperado. Me reí de la idiotez de haberlo perseguido con un bote de agua en la mano que rechazaba todo el tiempo. Hambre. Tenía hambre! No sed. Qué tontos que somos los grandes a veces. Qué tontos los humanos, los que ya dejamos de ser cachorros.
Me metí en la casa y miré la hora. Faltaba poco para la salida del micro. Ojalá viajen bien, pensé. Ojalá el Rufo haya dejado de llorar y se duerma.
Inmediatamente comencé con el operativo limpieza que le había prometido a la madre del Rufo. Para que mañana los pendorchos tuviesen la casa en orden...qué buena palabra...pendorchos! ¿Sería por pendejos y cabezas de corcho? Habría que ver, qué quiso decir la madre del Rufo al llamarlos por ese mote.
Agarré las sillas y las empecé a subir, una por una a la mesa de la cocina, lenta y meticulosa. Quería extender la limpieza lo máximo posible. Tan larga como el viaje del Rufo y su mamá. Así ya, cuando terminara, me iba derecho a la cama y no lloraba más. Ellos ya estarían lejos y yo, volvería al silencio, a mis libros y escritos. A mi soledad compartida con adolescente.
Y limpié, limpié, y limpié, hasta lo más pelotudo. Hasta la botella de aceite de oliva. Así de obsesiva me puse. Cada tanto miraba la hora y pensaba por dónde andaría el micro. Ni un mate. Ni un trago de nada. Limpié hasta que me ardieron los pies. Hasta que se me acalambraron los dedos. Hasta que el olor a cera y lejía sellaba los ambientes. Se fue haciendo de noche y yo cada vez más contenta. Lo lograría. Llegaría con ellos a mi cama. Ellos a su casa. Yo a mi cama. Borrón y cuenta nueva.
Así fue como pasé toda la tarde. Recogiendo pedacitos de historias que vivimos. Sonidos desperdigados por la casa. Olores que el Rufo ya no emanaría. Ni el Rufo ni su madre.
Llegué a las nueve. Me duché y vi el cielo que ayer mirábamos los tres. Ese  cielo con una luna africana o musulmana. Ese cielo tan Magritte que cobijaba dos estrellas. Parecía el Rufo y nosotras dos. Los tres en el cielo de un atardecer de verano que nunca, yo sé, nunca lo vamos a olvidar.


Al Rufo y su madre, a B y K. Los voy a extrañar.

28.1.12

Conozco cada flor


Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.
El sol de la mañana abrumando a mis hermanas azucenas. ¿Cuándo ellas se dejaron seducir por el sol? Cuándo que no pude defenderlas?
Sé del perfume de ellas en todo su esplendor.  A la noche. Recién entonces  vomitan su placer de azúcar imantando enamorados, niños, viejos a tiempo de morir. Los arrastran por rieles voluptuosos de profundidades nunca antes percibidas. Ellas están aquí desde mi abuelo. Así me contó mi padre. Eso le digo a mi hijo.
Una azucena es una hermana, que espera mi visita todos los febreros. No hay poder humano que me absuelva de mi pacto.
Prefiero quedar asilada de los hombres, de los rústicos y nobles, de los propietarios que cacarean a Marx, como una canción de cuna en la que creen, como un rezo sin sentido cuando el muerto se nos deshace en el último aliento y nuestras manos ya no lo sujetan, prefiero ser acusada por un clan o una familia de invasora, prefiero el silencio de un adolescente enjuto y retirado del mundo, antes que ver a una de mis hermanas pisoteadas, aunque sea por pie pequeño, aunque sea sin maldad, por puro descubrimiento del placer de caminar en el cielo pisando sus lanzas que no hieren.

Conozco cada piedra, maullido, viento.

Me duelen las chapas golpeadas por la higuera del vecino.
Por qué no  alienta  a sus brazos a moverse en otro sentido. Por qué no deja de hostigarme, de golpear mi techo aprovechando la furia del  viento bendito?
Los buenos vecinos han muerto como los eucaliptos, sólo queda alguno escondido. Me rodean nuevos e ingratos. Jóvenes familias que nada saben de tradiciones  y pioneros, pero tampoco se interesan por  acusar el pasado ni celebrar la memoria. Por respirar cuando el aire, el viento, el mar, nos trae su recuerdo de pescadores “madrugantes”, nos remonta a la locura de una abuela triestina aullando a su hombre sin sentido, nos inflama de estrellas y las nubes corren a esconderse, a morir en el mar, tan blancas ellas que les avergüenza competir con el brillo de esos soles nocturnos, que aquí se ven, no se adivinan, aquí laten en el azul cuando mi hermano mayor, el viento, hace sonar el álamo, el nogal, y la higuera que resiste, en una sinfonía opiácea, monótona, ruda, para el que sólo quiere escucharse a sí mismo, para el que se festeja cada día, creyéndose eterno, para el que no quiere ser manchado por la vida, sólo vestirse de ella, de vez en cuando, y mostrar que es un vivo más en ese mundo tonto, sin destino, el mundo fatuo, artificial, del sin sentir , de la carcajada fácil arriada por el champagne brut.

Conozco cada piedra, maullido, viento.

Sé de este camino de piedras rojas. Sé como se hizo. Quiénes. La alegría del esfuerzo compartido. La alegría verdadera del estar de un mismo lado y compartir, no sólo el pan, sino el trabajo.
Padre, hija, nieto. Trayendo las lajas viejas de un bordeau oscuro, haciendo más fácil el camino de los que llegan, amparando la hierba tierna de las pisadas groseras . Las lajas que pensamos no servían ya,  sirvieron, las reciclamos en su función . Y se pusieron ropas nuevas, se asentaron en la tierra con arena, lluvia y tiempo, con un martilleo nivelador, que fue festejado, aplaudido y ribeteado de risas , qué lindo es el trabajo en familia!
Fue el último. La última cooperación de tres generaciones. Cruza el parque en diagonal. El rocío vuelve perlada su superficie. El sol la seca. Los inviernos pasan, las flores de los ciruelos las llenan de pequeños copos blancos, diminutos y frágiles que salpican el bordeau durante un tiempo, después el viento y su aullido se las lleva. Después el sol del verano las seca, el otoño las llena de crujidos dorados, y ellas siguen benévolas y fieles, dejándose pisotear, sacrificando su lomo viejo, para que el verde pasto crezca, joven y fuerte, almohada de cabezas cansadas, de amantes ebrios de luna menguante, de estupidez veinteañera , botellas de cerveza, recogidas al sol de la mañana que borra todo vestigio de excesos , furia, y seducciones.

Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.

Sé de los gatos y sus recorridos, sé de cómo buscan su almuerzo, hermanos de las ratas más abyectas , sé que destrozan todo y orinan territorios, sé que cazan pájaros subidos a las ramas de los árboles, sé cuáles están viejos ya, cuáles gritan para parir, cuáles se dejan acariciar, y cuál está por morir.

Todo, todo lo que acabo de nombrar, cada flor, piedra, maullido, viento, me recuerda que estoy viva, que en nuestro vínculo de lágrimas, risas, edades y sucesos, todo fue compartido. Es en este lugar  que siento un cobijo sin rejas, al amor sin límites, el llanto sin reproches.
Este , sin duda,  con sus flores, piedras , maullidos y viento, es el mejor lugar para defenderme de la hipocresía de mi propio mundo.

24.1.12

Vida perfumada



Recuerdo cuando era así.
Pielcita suave y sonrisa.
Pura, sin dientes, leche.
Las azucenas, como el ciruelo nos regala su resina, nos regalan el olor punzante punzante...
Glorioso perfume de verano. Febrero se adelanta y nos ilumina.

El pequeño me recuerda cuando él dibujaba,
cuando olía las azucenas de igual a igual.
Yo sigo casi de la misma manera.
Él cambió.
Pasaron varios febreros, varios bisiestos, y nos aunamos en palabras, gestos, lugares.
Nos distanciamos en decisiones, nos bifurcamos como dos ríos, nacidos de un mismo caudal.
Y así vamos por la vida.
Oliendo azucenas.
Arrancando resinas del ciruelo.

21.1.12

Revolución o azucenas


Hay un momento en que la pesadez del aire entra en el adentro. No sé ya a esta altura cómo llamarle a ese adentro. Recuerdo, futuro, alma, estado, vida.
No sé bien. Un momento en que todo lo que iba en una dirección se parte. Se vuelve confuso y distinto.

Revolución, dije anoche sin querer. No era la palabra que él había usado. Eran otras que no podía recordar. Pero me salió revolución.

Los ojos de él , después, mirando en la oscuridad. Sonriéndo como para que lo escuche reírse de mí. Sonriéndole a la vida que no entiende pero que está segurísimo de entender. Sonriéndole a una palabra que como las alas de la mariposa provocó el tsunami. La que comenzó la grieta donde nos hundimos. Donde me hundí.

Soñé bestias pisoteando semillas y brotes nuevos. Florcitas recién paridas. Pajaritos que cantan a la mañana. Arrebatos y corridas. Balazos. Muertes y asesinos.

No es casual que yo haya dicho soy feliz y que se desate ese mar de sal con vinagre para que trague , una y otra vez, una y otra vez, como el pequeño revolcado entre las olas, el otro día, cuando el mundo deja de ser mundo para volverse útero salino arriba y abajo, cuando no hay horizontes que aclaren nada y testifiquen que pisamos lo que pisamos y alzamos los brazos al sol, al cielo, al aire y la lluvia, para tocar alguna estrella perdida en el cuadro de nuestro pasar por esta tierra.

¿Qué puedo decir que no empañe más la situación comenzada por la palabra revolución?
¿Soy culpable de haberla dicho? ¿Soy culpable de mi memoria tonta que pierde cabos sin atarlos? ¿Culpable de querer unir con sonrisas algo que lastima y lastima?
Dedo en la llaga, caída de la bicicleta, electricidad fatal, altillo alto. ¿Cuántas cosas pueden variar un destino en un segundo? ¿O es que ese destino ya estaba prefijado y nosotros sólo vamos avanzando hacia ese final?

A las rosas blancas no les importa si hoy es sábado, o el aire es pesado, no les importa qué fue lo que se dijo ayer. Avanzan imperceptibles hacia arriba y afuera, buscando luz, abriendo pimpollos de verano, contradiciendo las estaciones.
Pronto también ,si el peso del aire sigue acumulando calor y agua , vendrán las azucenas. Desparramarán el grosor de su perfume de ala ancha por todo el jardín, a la noche y durante el día. Las podremos oler y reunirnos en un mismo gozo. Y quizá ya no hagan falta las palabras para entenderse. Quizá el recuerdo, futuro, alma, estado, vida, se vuelva uno, uno otro, como decía el más pequeñito de la casa ayer.
Uno otro unidos por un olor, un perfume, que desde siempre nos unió. Nos marcó. Y son esas cosas nomás lo que importen, la revolución quede marchita en un bolsillo de lavandas, y el dolor se apacigüe con el canto de los pájaros.

4.1.12

Buenas intenciones



El sonido del teléfono la despertó. Tanteando entre las sábanas como una ciega atendió. El hola quedó colgando en el aire de la habitación en penumbras. Tardó en darse cuenta que era un mensaje de celular. Sonrió pensando en la trampa que se había jugado. Cuando eligió el Old Phone y sacó el de Caribbean Tropic , no tuvo en cuenta que le pasaría lo de ahora. Era sólo un mensaje de texto, pero ese sonido , de teléfono viejo sonando, estaba grabado en su memoria indefectiblemente. Ahora atendería los mensajes de texto tan rápido como los llamados. No sabía bien por qué siempre conservó esa culpa de un teléfono sonando sin ser atendido.  Pero la llevaba consigo. No lograba hacer oídos sordos. Quién sabe, le decía a su hermana años atrás, quién sabe quién quiere decirme qué. Quién sabe.  Un teléfono salva vidas, había leído en las publicidades de telefónica cuando dejó de ser ENTEL.  Quién sabe.
Hoy lo sabía. No era nadie a punto de colgarse de un árbol. Nadie reclamaba su presencia en ningún lado desesperadamente. Sólo un mensaje de texto que decía: a todos mis amigos, les deseo un muy feliz año nuevo y que se cumplan todos sus deseos.
Hoy era el último día del año. Había pues que disfrutarlo. Que exprimirlo.
Lo sintió en la calle, cuando salió a hacer las compras para llenar su heladera. La gente deambulaba por las tiendas con ojos desorbitados, necesitaba encontrar eso que buscaba,  en algún lado lo habría de conseguir. Antes de que termine el año. Mañana todo sería distinto.
Sí , distinto, se dijo.  Sabía que no era cierto, pero se lo dijo, como contrariando una vieja fórmula que como el sonido del Old phone de su celular, guardaba en su memoria. Todos los días son iguales. Las estrellas siguen girando. El sol saliendo. Y la lluvia formando charcos. Mañana, sabía, no habría cambiado nada. Sin embargo se dijo que sí. Que por qué no. Que debería aprender a confiar. En horas comenzaría el nuevo año.  Ella sería una más de las que esperan ilusionadas el cambio. Como el estreno de algo. Se daría un gusto para acabar bien. O dos. No sabía. Miró el puesto de flores y sonrió. Algo distinto se dijo.
Caminó bajo el sol un par de cuadras. Había un fiambrería nueva en el barrio donde vendían queso brie. Eso. Se compraría un poco de queso brie. Y pan negro. El dulce ya lo tenía.
Caminaba firmemente hacia su destino, no soportaba la idea de encontrar su deseo cerrado, pero mirá qué tonta…  llamarle destino a la fiambrería. No. Apuró el paso. Dejó de ver vestiditos de verano. Frescos , livianos, a la moda. Ella nunca iba a la moda. Bah, antes sí. Sí? Bueno, no importaba mucho eso ahora. La cuestión era llegar rápido a la fiambrería y ver la horma de brie. Sería feliz el último día del año. Eso le abriría la puerta de la felicidad en el año que llegaba, quién sabe si la cosa era más fácil de lo que suponía.
Abrió la puerta y se dio cuenta que para la felicidad hay que sacar número. Y esperar. Como todo buen vecino. ¿Por qué número van?, pregunto amable. Diecisiete papelitos la separaban de su felicidad en forma de brie. Sí, estaba dispuesta. Por qué no. Ahora no se iba a echar atrás. El que quiere celeste que le cueste.  Al final nunca probó a ser igual a los que criticaba. Siempre invertía los planes. Así nunca su vida tomaría el rumbo que debería. Espero mirando niños ajenos. Sonriéndole a los fiambres. ¿Tan poco esfuerzo daría resultado? Claro que sí. Pensó en ir a la vereda a fumarse un cigarrillo.  Los dejó en la cartera. Anoche. Cuando llegó no fumó. Era muy tarde. Se metió entre las sábanas y leyó un rato hasta que amaneció. No fumó. Los cigarrillos ahora estaba en la cartera colgada de la silla de la cocina. Bueno, era un buen signo. A esperar como todos. Ahí estaba el secreto. No haría nada que los demás, los normales, los felices, los desorbitados por comprar en el último minuto, no hicieran. Eso. Una más.
Le encantó como el dueño de la fiambrería se saludaba con un hombre gordo con una nenita. Le hizo acordar a su viejo. La sonrisa, el augurio, la honestidad, el laburo, después la sidra y las lágrimas de emoción por un año más. Así era antes. Así sería ahora. Retomaría ese hilo roto que no se acordaba bien cuando fue que se cortó, ni por qué. Y con su brie y su normalidad sería, como todos, feliz.
Llegó  a su casa habiéndose comprado un short que vio en liquidación. La empleada le dio una bolsa tan linda, con flores… y una cinta preciosa. Pero no hace falta!, se escuchó decirle, te va a salir más cara la bolsa que el short! Qué estúpida. Siempre ese sentimiento de culpa venía a alborotarle los deseos. Una vez que se le estaban dando bien las cosas…¿qué le importaba si le salía más caro o más barato, qué sabía ella cuánto costaba el short en realidad, si quizá lo hacía alguna inmigrante mal paga y en negro, con un vaso de gaseosa y un ventilador cerca, quizá hacía 100 o 200 de estos shorts por día,  y le pagaban dos mangos ¿y los nenes?... sus nenes andarían entre las máquinas de coser, aspirando ese hilo que condensaba el aire, y . No es nada, le escuchó a la empleada. ¿Te puedo pagar con tarjeta? Síiii! Ah, qué bien. Buena chica la empleada. Esto es tuyo. Gracias! Y buen año! . Eso, para vos también, felicidades! Dijo, y salió con su bolsa hermosa, al sol, a los ojos desorbitados de un pasado el mediodía del último día de año.
Se reía. Se sentía tan integrada a ese mundo de normales , tan fácil le era todo, tan lindo. Saludó a la florista, y se sintió un poco culpable de no comprarle , pero la florista le devolvió el saludo y le dijo buen año. No, si esto de cambiar no era tan difícil. Cada vez se convencía más.
Llegó a su casa, y puso el brie y el pan negro sobre la mesa. Sacó el dulce de la heladera. El jamón. El jamón estaba en paquete cerrado. De papel, como a ella le gustaba. Mmmm…qué bien! Como antes! Nada de plástico. Abrió el paquete de papel y sin darse cuenta tiró el del pan negro con semillas al suelo. Sonrió. Vamos che, se dijo, no empecemos. Levantó el paquete, le sacó el alambrecito celeste que lo cerraba y esta vez cayó el alambrecito . Ma que me importa, dijo mirando al alambre sobre las baldosas. Le pongo otro, no lo pienso levantar. Sacó dos rodajas de pan y metió la mano en el paquete de fiambre para sacar unas fetas. ¿Por qué se pega el fiambre? Por qué lo cortan tan finito! ...o quizá esté viejo. Lo olió. Rico olor. Ah, ya sé, me pongo el short y desayuno. Mientras el agua del mate se termina de calentar. Se puso el short. Se vio las piernas blancas. Parecía un pavo. ¿Así son los pavos de año nuevo, o esos son los del día de gracias a los que Obama les perdonó la vida? Bueno, las piernas blancas pero el short tiene lindo estampado. Se estaba mirando el culo subida al bidet del baño cuando escuchó el sonido de la pava. Ma sí, se me hirvió el agua. Apagó la luz del baño y le sacó la etiqueta al short.  Llegó a la cocina y apagó el fuego. Levantó el alambre celeste. Sacó dos jirones de jamón y los puso uno en cada rodaja de pan. Cortó una feta de brie, la dividió en dos y la repartió sobre el jamón. El dulce. Una cucharita para el dulce. Se dio vuelta y quiso abrir el cajón de los cubiertos . Atascado. Pero la putaquemeparió! Metió la mano como pudo. Tanteó. Qué mierda es lo que…acercó una silla y se sentó. No encontraba lo que lo trababa. Tironeó fuerte y vio que la madera cedía. Así no lo voy a conseguir, se dijo. Así voy a romper todo.
Sacó la mano y se la miró, tenía marcas rojas y le temblaba por el esfuerzo. ¿Y sin dulce? Ma sí. Se levantó de la silla y buscó las rodajas de pan. Agarró una y de dio un mordisco. Así no es la cosa! No me va a poder, quiero mi pan con jamón, el brie y el dulce . Todo junto . Así. Como en un giro de taekwondo se dio la vuela y tiró fuerte del cajón de los  cubiertos. Tenía la rodaja de pan entre los dientes apretados y se le cayó el brie primero sobre su teta y después siguió camino hasta el piso. El jirón del jamón todavía colgaba de su boca junto al pan. Saltó la madera del mueble y se quedó con el cajón en una mano. Los cubiertos tapaban el brie. Con la otra mano se quitó el pan con jamón de la boca. Lo tiró ahí, sobre la mesada. Apoyó el cajón vacío sobre la silla. Agarró una cucharita del piso. Abrió el dulce y sacó un poco. Se lo puso al pan. Mordió.
El sonido del celular comenzó a sonar con el nuevo ritmo. El old phone. Sería otro amigo deseándole felicidades. O quizá alguien que se quería colgar de un árbol. ¿Y? ¿Alguno le iría a arreglar su despelote de cubiertos, alguno le devolvería el brie al pan, le podría agua fría al agua hervida? ¿Entonces?
Miró el reloj. Nadie se suicida a esta hora, pensó. Es la hora de la siesta. Se fue al dormitorio todavía en penumbras. Se deslizó entre las sábanas.  Mañana sería distinto.

1.1.12

A estrenar

Estoy como nena que cumple años esperando a los invitados.
Mi ansiedad supera mi contento. ¿Cómo hago para estrenar un año sin fallar?

Ayer mismo escribía que todo daba igual, hoy veo las fotos del 2011, los videos...¿Cuándo viví todo eso? ¿En un año nada más?
Tengo la sensación de habérmela pasado en cama.
Más depresión que fortuna.
Pero no.
Para algo está el registro que hoy me muestra que he vivido.
Sin ganas casi siempre, pero lo hice.

Lo ideal sería mostrar todas las fotos y los cortos que filmé, el libro que publiqué, las pinturas que realicé, pero ni eso, digo, hace falta.
Porque si no me voy a quedar en un pasado, reciente, pero pasado.
Y no tengo ganas.

Hoy hay luz
la gata está tranquila después de los petardos
mi hijo duerme
no hace calor
no hace frío
tengo mis cicatrices que van curando
una tía hermosa que tuvo la delicadeza de pedirle a la panadera me hiciera el postre que más me gusta,
uno típico esloveno
a ella ya no le dan las manos.
Tomamos sidra anoche mirando a mi tío dormir en el sillón.
Ella no lloraba.
Sólo lo  miraba a cada rato, como constatando que no había muerto.
Cuando despertó le extendió la mano.
Feliz año viejo, dijo.
Feliz repitió él. Y sonrió, con una sonrisa ida de 89 años.
¿Amor? no sé... hay tanto sacrificio en el amor.
No sé si yo tuve ese amor.
Pero no me puedo quejar.
Por lo tanto sigo.

Tengo amor del bueno, del tóxico,
del domesticado, del enfermo, del apasionado,
del increíble, del santo, del funámbulo, del violento
del tremendo, del caro.
Tengo amor entonces.
El mate frío al lado y cigarrillos.
El lujo de cualquier condenado, de pobre encerrado.
Veo una cortina de colores que se vuela con el viento
parece viva.
Pies. Pequeños. Sin deformaciones. Y a mis pies la gata duerme.
Hay silencio de primero de año.
Amigos que esperan.
Hay queso para comer. Y pan.
Waifai. Un año a estrenar.
¿Qué más?