Este blog se termina acá.
Sigo en Anoche me fui del Facebook. Los que quieran, ahí me van a encontrar.
Gracias a todos los que hasta hoy y con las interrupciones de Enfermera y Matemática o Diana Laurencich, me siguieron.
Termino con la imagen de un tatuaje realizado por Lionel, uno de mis preferidos.
INGRID A SECAS
(dedicado a la cordura)
-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.
Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.
26.2.12
19.2.12
Otra noche sin dormir
Desde que llegué a esta ciudad, el jueves pasado, no puedo dormir. Me levanto de la cama e intento poner la mente en foco. Acompasar con el cuerpo la torpeza de la mente. Pero es más tonto el cuerpo. Es casi bobo.
No logro pensar, ni escribir, ni concentrarme en nada.
Me despierto sobresaltada de sueños con grandes carreras que no conducen a ninguna parte. ¿Será el documental Vals con Bashir, qué vi el otro día? ¿O el de ayer, A Valparaíso?
Me despierto sobresaltada de sueños con grandes carreras que no conducen a ninguna parte. ¿Será el documental Vals con Bashir, qué vi el otro día? ¿O el de ayer, A Valparaíso?
De cualquier forma, corro durante la noche arrastrando cuerpos, como los personajes de la novela Tiro de Gracia, de la Yourcenar, que leí hace poco.
Guerra.
Guerra.
O destrucción, en ese estado está mi subconciente durante la noche.
Y yo , apenas una estudiante de arte de veintipocos años, encerrada en un cuarto de universidad en ruinas, con un lavabo que pierde atado con hilo de pizza, supongo, no veo claramente cuál es el hilo que ata el grifo con herrumbre y del que siempre caen gotas, manchando el lavabo y haciendo más lúgubre el pequeño lugar, yo escribo. Escribo poesías e intento ordenarlas. Las traduzco a varios idiomas y hago como presentación una farola china, o una de esas guirnaldas que se usaban en los cumpleaños cuando era chica, una celeste turquesa, es la que más me gusta para iniciar mi libro, debo presentárselo a un profesor medio ruso, medio francés. Escribo en francés y alemán. Supongo me entenderá. Y armo el libro. Pero se me destartala cuando lo voy a presentar. Entonces corro. Salgo de mi cuarto en la Universidad de Arte, pago el canon por salir, como si le pagara una coima a algún empleado público que cede porque tiene hambre, y corro. Corro con sobrevivientes a cuesta, con muertos al hombro o sola, a veces llego a habitaciones desoladas adonde las mujeres son putas gordas que no pertenecen a esta guerra. Otras veces llego a sitios altos, como las cuestas de Valparaíso, más y más esceleras, más y más subir, me pesa el subir, pero huyo de algo. O salvo a alguien. Uno distinto cada vez. Mi pashmina roja se enrieda, pero nunca la pierdo, tengo el buen sino de rescatarla a último momento. Eso me retrasa la carrera. Llego a lo alto de las escaleras de metal en zonas devastadas por la guerra. Y cuando no pasa ningún camión con soldados, me tiro al mar. Creo que es mar, creo que es cielo, pero nada de eso es. Cuando al fin floto, son pocos los segundos de felicidad, de libertad que tengo, todo termina en una dureza de la que me despierto.No grito. No lloro. Sólo despierto y no encajo la mente en las cosas cotidianas.
El cuerpo tiene una torpeza que no la conocía en el sueño. El cuerpo pesa y no es ágil.
Escucho voces. Entran por las ventanas. Llueve. Miro hacia la única luz que está encendida en la casa . Mi hijo. Tal vez él esté de mejor humor. Tal vez tampoco haya podido dormir. Le cuento que quiero cambiar los colchones, el orden de las habitaciones, las camas de lugar. Accede a lo segundo y a lo tercero. Lo primero no le interesa. Tu colchón es viejo, le digo, así no podés dormir cómodo. Me hace un gesto. No le interesa. Pienso en cómo conozco a mi hijo. De dónde. Cuándo.
Le digo que no aguanto más el ruido de esta casa, a vos no te molesta. Asiente. Creo que me voy a ir. Asiente.
No puedo escribir, no puedo pensar. Sufro. Odio. Qué raro, hacía un tiempo largo que no usaba esa palabra. Me la vedó alguien diciendo que era muy fuerte, hace unos años. Me arrepentí, hasta que la leí en los diarios de Alejandra Pizarnik, y la volví a usar. Es una expresión de una persona trágica. Ella lo era, yo también. No pasa por la maldad. Pasa por la gravedad del asunto, del disgusto con algo. Yo odio, sí, odio esta casa tanto como la amo. Acá me crié, acá me besé con mis novios, acá me peleé con mis hermanos, mentí a mis padres, hurdí fiestas, me reí, me eduqué, escribí mi primera poesía y mi última novela, esperé despierta la llegada de mi único hijo, despedí a mi madre de esta vida, abracé a mi viejo en su silla de ruedas después de cuatro años de no verlo. Acá también cuidé hijos ajenos. Ahora no veo a ninguno. Estoy vieja. Soy un mueble usado para ellos. No saben lo que el mueble contiene. No los saben. Pero a ellos no los odio. Sólo los compadezco por dejar pasar el tiempo, este tiempo de poder hablar desde la lucidez que todavía tengo.
Mi hijo busca una pinza para sacar de una mesa unos clavos que ya no se usan . Él todavía construye, cuando no detiene el tiempo en sus juegos cibernéticos, pero mientras tenga algunos libros en su mesa de luz a medio leer, no me parece que todo esté perdido. Dostoievsky, London, Hesse. No tengo de qué preocuparme.
Va clareando cada vez con más rapidez. Por suerte es domingo de carnaval. Ya los gritos se acallaron y los colectivos ralean.
Puedo volverme a dormir. Quizá descubra hacia dónde corría hoy.
9.2.12
Spinetta, los patos y los elefantes.
Ayer murió Spinetta.
La noticia me llegó a través de una amiga, Laura. Yo estaba en la casa de unos amigos músicos. Analía Nocito y Juani. No pude contestar el mensaje. Me quedé muda.
Lo primero que me vino a la cabeza es la imagen de mi hermana Alejandra y yo. No una. Cientos de imágenes de nosotras. Toda una vida unidas por el mismo amor a Spinetta. La misma devoción. ¿Será que mi hermano Sergio , diez años mayor que nosotras,nos transmitió esa genialidad del flaco mostrándonos una foto en una revista de la época? Las cosas que se aprenden de chico son muy difíciles de olvidar. Son mandatos.
Amarán a Spinetta como si fueran ustedes mismas. Algo así nos clavó nuestro hermano en 1968.
Pero no sé por qué siempre que nombro a Luis la debo nombrar a mi hermana. Quizá a ella no le pase lo mismo. A pesar de nuestra condición de gemelas. A pesar de haber fantaseado con él una y mil veces. A pesar de ser Ale la mejor imitadora de la voz de Luis que yo haya conocido en mi vida.
Sigo sola.
Ayer, cuando me llegó el mensaje, entendí el día. Entendí por qué antes que Analía me pasara a buscar, llegué a anotar una frase, sólo una frase acerca de desazón que sentía y no sabía por qué. Eran las tres de la tarde.
Languidezco como un pato.
Lo anoté en mi ordenador antes de irme. Antes de escuchar la bocina. Languidezco como un pato. Por qué me sentía así me preguntaba. Por qué me vino esa frase a la mente. Por qué la escribí apurada si a las tres dijo Analía tocaría la bocina. Y por qué un pato se preguntará el que lee.
Cuando llego el sms con la noticia de la muerte de Luis entendí. Todo.
Desde que conocí ese libro para chicos, El Pato y la muerte, de Wolf Elbruch publicado por la editorial de Bárbara Fiore, me guardé , como el perfume de las azucenas, bien hondo bien hondo , la relación entre mis adorados patos (los del río Würm confidentes de mis tristezas) y la muerte.
Por eso, cuando llegó el mensaje de la muerte de Luis, entendí. El viento y la mariposa muerta que había puesto en mi portada de facebook a la mañana. El viento y el sol que se había ido. El viento y la muerte de un poeta, que como todos los poetas, al morir, se llevan parte de nuestra vida pero que a cambio, nos dejan mil imágenes, perfumes, historias, que serán repetidas por generaciones y generaciones.
No tuve dudas. Luis ya estaba acá. Su espíritu, su esencia, su no materia, poblaba todos los rincones de esta casa y de este jardín que tantas veces escuchó su voz y sus acordes. Por eso me puse el agua para el mate, y comencé a cantar Los Elefantes. Los que van a morir de paz. Como él.
La noticia me llegó a través de una amiga, Laura. Yo estaba en la casa de unos amigos músicos. Analía Nocito y Juani. No pude contestar el mensaje. Me quedé muda.
Lo primero que me vino a la cabeza es la imagen de mi hermana Alejandra y yo. No una. Cientos de imágenes de nosotras. Toda una vida unidas por el mismo amor a Spinetta. La misma devoción. ¿Será que mi hermano Sergio , diez años mayor que nosotras,nos transmitió esa genialidad del flaco mostrándonos una foto en una revista de la época? Las cosas que se aprenden de chico son muy difíciles de olvidar. Son mandatos.
Amarán a Spinetta como si fueran ustedes mismas. Algo así nos clavó nuestro hermano en 1968.
Pero no sé por qué siempre que nombro a Luis la debo nombrar a mi hermana. Quizá a ella no le pase lo mismo. A pesar de nuestra condición de gemelas. A pesar de haber fantaseado con él una y mil veces. A pesar de ser Ale la mejor imitadora de la voz de Luis que yo haya conocido en mi vida.
Sigo sola.
Ayer, cuando me llegó el mensaje, entendí el día. Entendí por qué antes que Analía me pasara a buscar, llegué a anotar una frase, sólo una frase acerca de desazón que sentía y no sabía por qué. Eran las tres de la tarde.
Languidezco como un pato.
Lo anoté en mi ordenador antes de irme. Antes de escuchar la bocina. Languidezco como un pato. Por qué me sentía así me preguntaba. Por qué me vino esa frase a la mente. Por qué la escribí apurada si a las tres dijo Analía tocaría la bocina. Y por qué un pato se preguntará el que lee.
Cuando llego el sms con la noticia de la muerte de Luis entendí. Todo.
Desde que conocí ese libro para chicos, El Pato y la muerte, de Wolf Elbruch publicado por la editorial de Bárbara Fiore, me guardé , como el perfume de las azucenas, bien hondo bien hondo , la relación entre mis adorados patos (los del río Würm confidentes de mis tristezas) y la muerte.
Por eso, cuando llegó el mensaje de la muerte de Luis, entendí. El viento y la mariposa muerta que había puesto en mi portada de facebook a la mañana. El viento y el sol que se había ido. El viento y la muerte de un poeta, que como todos los poetas, al morir, se llevan parte de nuestra vida pero que a cambio, nos dejan mil imágenes, perfumes, historias, que serán repetidas por generaciones y generaciones.
Anoche, lo último que dije antes de dormir (como seguramente una gran parte de los argentinos) fue Spinetta, hoy cuando desperté, pensé Spinetta. Ya no está, me dije, hoy ya no está, todo es distinto, puedo demorar el día, puedo quedarme un rato más en la cama, puedo.
Pero de pronto, un perfume más profundo que todas las azucenas del jardín juntas, me hizo saltar de la cama, alguien había desparramado ese perfume en mi casa, y me levanté, abrí puertas y ventanas para ver de dónde venía y salí al jardín, los pájaros, los pájaros que siempre huyen cuando les tiro miguitas, para después volver y comerlas, los pájaros se quedaban quietitos, con sus ojos de costado sobre mis movimientos, ninguno volaba, me acompañaban; y el sol, que ayer se había escondido de una tarde salvajemente gris, hoy asomaba tibio, acariciando.
6.2.12
No sé por qué
Hay días que se presentan nauseabundos
a pesar de la mañana inocente
del mar dorado
la rueda de la bicicleta zumbando al rozar el freno
el pan caliente
del olor de las azucenas
de la amphelopsis
el pajarito de pecho celeste
el dulce casero
o el ladrido de un perro.
Hay días en que mi fe se desvanece
y me digo que no voy a creer más en la gente
juro y perjuro que me hace mal darles
el mínimo crédito
la menor chance.
Tanto es lo que me duele que pasaría sola el resto de mi vida.
Como Ginés, el farero aquel, de La Graciosa.
2.2.12
Muchos esperan que resistas
No hay caso, esta música me acompaña desde ayer. El otro día hablamos de la película con Ana, quizá fue un presagio, quizá un hilo dorado que une historias, notas, resistencias, amores , dolor, vida.
La vida es bella hermanito mío, ya verás dice la canción, ya verás cómo a pesar de los pesares, es bella.
Acordate de lo que te escribí anoche, pensando en vos. Siempre, acordate.
Necesitaré tu alegría. Tus libros. Tu señalamiento. Tu camino.
Yo aún estoy en él. La maravilla es que vos también.
En ese camino que no nos pudieron borrar, que no pudimos torcer, aunque a veces nos pareció que estaba perdido , de tanta niebla que había entre nosotros.
No hay más palabras chico que éstas, las que te canta a vos hoy, una de las mejores intérpretes de las palabras de Goytisolo.
A Coco.
La vida es bella hermanito mío, ya verás dice la canción, ya verás cómo a pesar de los pesares, es bella.
Acordate de lo que te escribí anoche, pensando en vos. Siempre, acordate.
Necesitaré tu alegría. Tus libros. Tu señalamiento. Tu camino.
Yo aún estoy en él. La maravilla es que vos también.
En ese camino que no nos pudieron borrar, que no pudimos torcer, aunque a veces nos pareció que estaba perdido , de tanta niebla que había entre nosotros.
No hay más palabras chico que éstas, las que te canta a vos hoy, una de las mejores intérpretes de las palabras de Goytisolo.
A Coco.
29.1.12
Limpieza
El taxi partió llevándose la silueta del chiquitín llorando y saludando al mismo tiempo. Yo hice lo mismo hasta que lo perdí de vista.
Me di vuelta y estaba el perro abandonado y mi hijo mirándome.
Buf...qué bajón, dije secándome la cara. Vamos a darle de comer a este perro, parece que tiene una pata quebrada.
Entré dispuesta a no pensar. Sabía que si me quedaba con la imagen del Rufo en el taxi, mi domingo acabaría en la cama. Y se venía tormenta. Y se venían los pendorchos, como les dijimos en joda con la madre del Rufo a los jóvenes que poblarían la casa desde el lunes.
Mientras buscaba qué darle al perro, pensaba en el cambio de sonidos que se produciría al día siguiente. Con suerte rock'n roll y risas. Pero eso era al otro día. Dejaría que el tiempo me dé la sorpresa.
Encontré unas galletas que dejó el Rufo mordisqueadas. Esto le va a gustar, pensé. Si le gusta al Rufo, que es casi un cachorrito, con sus instintos abiertos, su franqueza, su inocencia...Le llevé al perro las galletas. Mi hijo me dijo que a los perros les hace mal el chocolate. Si tiene que morir, que muera con un poco de placer en la boca, le contesté, mientras las partía adelante de su hocico. El perro se las manducó todas desesperado. Me reí de la idiotez de haberlo perseguido con un bote de agua en la mano que rechazaba todo el tiempo. Hambre. Tenía hambre! No sed. Qué tontos que somos los grandes a veces. Qué tontos los humanos, los que ya dejamos de ser cachorros.
Me metí en la casa y miré la hora. Faltaba poco para la salida del micro. Ojalá viajen bien, pensé. Ojalá el Rufo haya dejado de llorar y se duerma.
Inmediatamente comencé con el operativo limpieza que le había prometido a la madre del Rufo. Para que mañana los pendorchos tuviesen la casa en orden...qué buena palabra...pendorchos! ¿Sería por pendejos y cabezas de corcho? Habría que ver, qué quiso decir la madre del Rufo al llamarlos por ese mote.
Agarré las sillas y las empecé a subir, una por una a la mesa de la cocina, lenta y meticulosa. Quería extender la limpieza lo máximo posible. Tan larga como el viaje del Rufo y su mamá. Así ya, cuando terminara, me iba derecho a la cama y no lloraba más. Ellos ya estarían lejos y yo, volvería al silencio, a mis libros y escritos. A mi soledad compartida con adolescente.
Y limpié, limpié, y limpié, hasta lo más pelotudo. Hasta la botella de aceite de oliva. Así de obsesiva me puse. Cada tanto miraba la hora y pensaba por dónde andaría el micro. Ni un mate. Ni un trago de nada. Limpié hasta que me ardieron los pies. Hasta que se me acalambraron los dedos. Hasta que el olor a cera y lejía sellaba los ambientes. Se fue haciendo de noche y yo cada vez más contenta. Lo lograría. Llegaría con ellos a mi cama. Ellos a su casa. Yo a mi cama. Borrón y cuenta nueva.
Así fue como pasé toda la tarde. Recogiendo pedacitos de historias que vivimos. Sonidos desperdigados por la casa. Olores que el Rufo ya no emanaría. Ni el Rufo ni su madre.
Llegué a las nueve. Me duché y vi el cielo que ayer mirábamos los tres. Ese cielo con una luna africana o musulmana. Ese cielo tan Magritte que cobijaba dos estrellas. Parecía el Rufo y nosotras dos. Los tres en el cielo de un atardecer de verano que nunca, yo sé, nunca lo vamos a olvidar.
Al Rufo y su madre, a B y K. Los voy a extrañar.
Me di vuelta y estaba el perro abandonado y mi hijo mirándome.
Buf...qué bajón, dije secándome la cara. Vamos a darle de comer a este perro, parece que tiene una pata quebrada.
Entré dispuesta a no pensar. Sabía que si me quedaba con la imagen del Rufo en el taxi, mi domingo acabaría en la cama. Y se venía tormenta. Y se venían los pendorchos, como les dijimos en joda con la madre del Rufo a los jóvenes que poblarían la casa desde el lunes.
Mientras buscaba qué darle al perro, pensaba en el cambio de sonidos que se produciría al día siguiente. Con suerte rock'n roll y risas. Pero eso era al otro día. Dejaría que el tiempo me dé la sorpresa.
Encontré unas galletas que dejó el Rufo mordisqueadas. Esto le va a gustar, pensé. Si le gusta al Rufo, que es casi un cachorrito, con sus instintos abiertos, su franqueza, su inocencia...Le llevé al perro las galletas. Mi hijo me dijo que a los perros les hace mal el chocolate. Si tiene que morir, que muera con un poco de placer en la boca, le contesté, mientras las partía adelante de su hocico. El perro se las manducó todas desesperado. Me reí de la idiotez de haberlo perseguido con un bote de agua en la mano que rechazaba todo el tiempo. Hambre. Tenía hambre! No sed. Qué tontos que somos los grandes a veces. Qué tontos los humanos, los que ya dejamos de ser cachorros.
Me metí en la casa y miré la hora. Faltaba poco para la salida del micro. Ojalá viajen bien, pensé. Ojalá el Rufo haya dejado de llorar y se duerma.
Inmediatamente comencé con el operativo limpieza que le había prometido a la madre del Rufo. Para que mañana los pendorchos tuviesen la casa en orden...qué buena palabra...pendorchos! ¿Sería por pendejos y cabezas de corcho? Habría que ver, qué quiso decir la madre del Rufo al llamarlos por ese mote.
Agarré las sillas y las empecé a subir, una por una a la mesa de la cocina, lenta y meticulosa. Quería extender la limpieza lo máximo posible. Tan larga como el viaje del Rufo y su mamá. Así ya, cuando terminara, me iba derecho a la cama y no lloraba más. Ellos ya estarían lejos y yo, volvería al silencio, a mis libros y escritos. A mi soledad compartida con adolescente.
Y limpié, limpié, y limpié, hasta lo más pelotudo. Hasta la botella de aceite de oliva. Así de obsesiva me puse. Cada tanto miraba la hora y pensaba por dónde andaría el micro. Ni un mate. Ni un trago de nada. Limpié hasta que me ardieron los pies. Hasta que se me acalambraron los dedos. Hasta que el olor a cera y lejía sellaba los ambientes. Se fue haciendo de noche y yo cada vez más contenta. Lo lograría. Llegaría con ellos a mi cama. Ellos a su casa. Yo a mi cama. Borrón y cuenta nueva.
Así fue como pasé toda la tarde. Recogiendo pedacitos de historias que vivimos. Sonidos desperdigados por la casa. Olores que el Rufo ya no emanaría. Ni el Rufo ni su madre.
Llegué a las nueve. Me duché y vi el cielo que ayer mirábamos los tres. Ese cielo con una luna africana o musulmana. Ese cielo tan Magritte que cobijaba dos estrellas. Parecía el Rufo y nosotras dos. Los tres en el cielo de un atardecer de verano que nunca, yo sé, nunca lo vamos a olvidar.
Al Rufo y su madre, a B y K. Los voy a extrañar.
28.1.12
Conozco cada flor
Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.
El sol de la mañana abrumando a mis hermanas azucenas. ¿Cuándo ellas se dejaron seducir por el sol? Cuándo que no pude defenderlas?
Sé del perfume de ellas en todo su esplendor. A la noche. Recién entonces vomitan su placer de azúcar imantando enamorados, niños, viejos a tiempo de morir. Los arrastran por rieles voluptuosos de profundidades nunca antes percibidas. Ellas están aquí desde mi abuelo. Así me contó mi padre. Eso le digo a mi hijo.
Una azucena es una hermana, que espera mi visita todos los febreros. No hay poder humano que me absuelva de mi pacto.
Prefiero quedar asilada de los hombres, de los rústicos y nobles, de los propietarios que cacarean a Marx, como una canción de cuna en la que creen, como un rezo sin sentido cuando el muerto se nos deshace en el último aliento y nuestras manos ya no lo sujetan, prefiero ser acusada por un clan o una familia de invasora, prefiero el silencio de un adolescente enjuto y retirado del mundo, antes que ver a una de mis hermanas pisoteadas, aunque sea por pie pequeño, aunque sea sin maldad, por puro descubrimiento del placer de caminar en el cielo pisando sus lanzas que no hieren.
Conozco cada piedra, maullido, viento.
Me duelen las chapas golpeadas por la higuera del vecino.
Por qué no alienta a sus brazos a moverse en otro sentido. Por qué no deja de hostigarme, de golpear mi techo aprovechando la furia del viento bendito?
Los buenos vecinos han muerto como los eucaliptos, sólo queda alguno escondido. Me rodean nuevos e ingratos. Jóvenes familias que nada saben de tradiciones y pioneros, pero tampoco se interesan por acusar el pasado ni celebrar la memoria. Por respirar cuando el aire, el viento, el mar, nos trae su recuerdo de pescadores “madrugantes”, nos remonta a la locura de una abuela triestina aullando a su hombre sin sentido, nos inflama de estrellas y las nubes corren a esconderse, a morir en el mar, tan blancas ellas que les avergüenza competir con el brillo de esos soles nocturnos, que aquí se ven, no se adivinan, aquí laten en el azul cuando mi hermano mayor, el viento, hace sonar el álamo, el nogal, y la higuera que resiste, en una sinfonía opiácea, monótona, ruda, para el que sólo quiere escucharse a sí mismo, para el que se festeja cada día, creyéndose eterno, para el que no quiere ser manchado por la vida, sólo vestirse de ella, de vez en cuando, y mostrar que es un vivo más en ese mundo tonto, sin destino, el mundo fatuo, artificial, del sin sentir , de la carcajada fácil arriada por el champagne brut.
Conozco cada piedra, maullido, viento.
Sé de este camino de piedras rojas. Sé como se hizo. Quiénes. La alegría del esfuerzo compartido. La alegría verdadera del estar de un mismo lado y compartir, no sólo el pan, sino el trabajo.
Padre, hija, nieto. Trayendo las lajas viejas de un bordeau oscuro, haciendo más fácil el camino de los que llegan, amparando la hierba tierna de las pisadas groseras . Las lajas que pensamos no servían ya, sirvieron, las reciclamos en su función . Y se pusieron ropas nuevas, se asentaron en la tierra con arena, lluvia y tiempo, con un martilleo nivelador, que fue festejado, aplaudido y ribeteado de risas , qué lindo es el trabajo en familia!
Fue el último. La última cooperación de tres generaciones. Cruza el parque en diagonal. El rocío vuelve perlada su superficie. El sol la seca. Los inviernos pasan, las flores de los ciruelos las llenan de pequeños copos blancos, diminutos y frágiles que salpican el bordeau durante un tiempo, después el viento y su aullido se las lleva. Después el sol del verano las seca, el otoño las llena de crujidos dorados, y ellas siguen benévolas y fieles, dejándose pisotear, sacrificando su lomo viejo, para que el verde pasto crezca, joven y fuerte, almohada de cabezas cansadas, de amantes ebrios de luna menguante, de estupidez veinteañera , botellas de cerveza, recogidas al sol de la mañana que borra todo vestigio de excesos , furia, y seducciones.
Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.
Sé de los gatos y sus recorridos, sé de cómo buscan su almuerzo, hermanos de las ratas más abyectas , sé que destrozan todo y orinan territorios, sé que cazan pájaros subidos a las ramas de los árboles, sé cuáles están viejos ya, cuáles gritan para parir, cuáles se dejan acariciar, y cuál está por morir.
Todo, todo lo que acabo de nombrar, cada flor, piedra, maullido, viento, me recuerda que estoy viva, que en nuestro vínculo de lágrimas, risas, edades y sucesos, todo fue compartido. Es en este lugar que siento un cobijo sin rejas, al amor sin límites, el llanto sin reproches.
Este , sin duda, con sus flores, piedras , maullidos y viento, es el mejor lugar para defenderme de la hipocresía de mi propio mundo.
24.1.12
Vida perfumada
Recuerdo cuando era así.
Pielcita suave y sonrisa.
Pura, sin dientes, leche.
Las azucenas, como el ciruelo nos regala su resina, nos regalan el olor punzante punzante...
Glorioso perfume de verano. Febrero se adelanta y nos ilumina.
El pequeño me recuerda cuando él dibujaba,
cuando olía las azucenas de igual a igual.
Yo sigo casi de la misma manera.
Él cambió.
Pasaron varios febreros, varios bisiestos, y nos aunamos en palabras, gestos, lugares.
Nos distanciamos en decisiones, nos bifurcamos como dos ríos, nacidos de un mismo caudal.
Y así vamos por la vida.
Oliendo azucenas.
Arrancando resinas del ciruelo.
21.1.12
Revolución o azucenas
Hay un momento en que la pesadez del aire entra en el adentro. No sé ya a esta altura cómo llamarle a ese adentro. Recuerdo, futuro, alma, estado, vida.
No sé bien. Un momento en que todo lo que iba en una dirección se parte. Se vuelve confuso y distinto.
Revolución, dije anoche sin querer. No era la palabra que él había usado. Eran otras que no podía recordar. Pero me salió revolución.
Revolución, dije anoche sin querer. No era la palabra que él había usado. Eran otras que no podía recordar. Pero me salió revolución.
Los ojos de él , después, mirando en la oscuridad. Sonriéndo como para que lo escuche reírse de mí. Sonriéndole a la vida que no entiende pero que está segurísimo de entender. Sonriéndole a una palabra que como las alas de la mariposa provocó el tsunami. La que comenzó la grieta donde nos hundimos. Donde me hundí.
Soñé bestias pisoteando semillas y brotes nuevos. Florcitas recién paridas. Pajaritos que cantan a la mañana. Arrebatos y corridas. Balazos. Muertes y asesinos.
No es casual que yo haya dicho soy feliz y que se desate ese mar de sal con vinagre para que trague , una y otra vez, una y otra vez, como el pequeño revolcado entre las olas, el otro día, cuando el mundo deja de ser mundo para volverse útero salino arriba y abajo, cuando no hay horizontes que aclaren nada y testifiquen que pisamos lo que pisamos y alzamos los brazos al sol, al cielo, al aire y la lluvia, para tocar alguna estrella perdida en el cuadro de nuestro pasar por esta tierra.
¿Qué puedo decir que no empañe más la situación comenzada por la palabra revolución?
¿Soy culpable de haberla dicho? ¿Soy culpable de mi memoria tonta que pierde cabos sin atarlos? ¿Culpable de querer unir con sonrisas algo que lastima y lastima?
Dedo en la llaga, caída de la bicicleta, electricidad fatal, altillo alto. ¿Cuántas cosas pueden variar un destino en un segundo? ¿O es que ese destino ya estaba prefijado y nosotros sólo vamos avanzando hacia ese final?
A las rosas blancas no les importa si hoy es sábado, o el aire es pesado, no les importa qué fue lo que se dijo ayer. Avanzan imperceptibles hacia arriba y afuera, buscando luz, abriendo pimpollos de verano, contradiciendo las estaciones.
Pronto también ,si el peso del aire sigue acumulando calor y agua , vendrán las azucenas. Desparramarán el grosor de su perfume de ala ancha por todo el jardín, a la noche y durante el día. Las podremos oler y reunirnos en un mismo gozo. Y quizá ya no hagan falta las palabras para entenderse. Quizá el recuerdo, futuro, alma, estado, vida, se vuelva uno, uno otro, como decía el más pequeñito de la casa ayer.
Uno otro unidos por un olor, un perfume, que desde siempre nos unió. Nos marcó. Y son esas cosas nomás lo que importen, la revolución quede marchita en un bolsillo de lavandas, y el dolor se apacigüe con el canto de los pájaros.
Uno otro unidos por un olor, un perfume, que desde siempre nos unió. Nos marcó. Y son esas cosas nomás lo que importen, la revolución quede marchita en un bolsillo de lavandas, y el dolor se apacigüe con el canto de los pájaros.
4.1.12
Buenas intenciones
El sonido del teléfono la despertó. Tanteando entre las sábanas como una ciega atendió. El hola quedó colgando en el aire de la habitación en penumbras. Tardó en darse cuenta que era un mensaje de celular. Sonrió pensando en la trampa que se había jugado. Cuando eligió el Old Phone y sacó el de Caribbean Tropic , no tuvo en cuenta que le pasaría lo de ahora. Era sólo un mensaje de texto, pero ese sonido , de teléfono viejo sonando, estaba grabado en su memoria indefectiblemente. Ahora atendería los mensajes de texto tan rápido como los llamados. No sabía bien por qué siempre conservó esa culpa de un teléfono sonando sin ser atendido. Pero la llevaba consigo. No lograba hacer oídos sordos. Quién sabe, le decía a su hermana años atrás, quién sabe quién quiere decirme qué. Quién sabe. Un teléfono salva vidas, había leído en las publicidades de telefónica cuando dejó de ser ENTEL. Quién sabe.
Hoy lo sabía. No era nadie a punto de colgarse de un árbol. Nadie reclamaba su presencia en ningún lado desesperadamente. Sólo un mensaje de texto que decía: a todos mis amigos, les deseo un muy feliz año nuevo y que se cumplan todos sus deseos.
Hoy era el último día del año. Había pues que disfrutarlo. Que exprimirlo.
Lo sintió en la calle, cuando salió a hacer las compras para llenar su heladera. La gente deambulaba por las tiendas con ojos desorbitados, necesitaba encontrar eso que buscaba, en algún lado lo habría de conseguir. Antes de que termine el año. Mañana todo sería distinto.
Sí , distinto, se dijo. Sabía que no era cierto, pero se lo dijo, como contrariando una vieja fórmula que como el sonido del Old phone de su celular, guardaba en su memoria. Todos los días son iguales. Las estrellas siguen girando. El sol saliendo. Y la lluvia formando charcos. Mañana, sabía, no habría cambiado nada. Sin embargo se dijo que sí. Que por qué no. Que debería aprender a confiar. En horas comenzaría el nuevo año. Ella sería una más de las que esperan ilusionadas el cambio. Como el estreno de algo. Se daría un gusto para acabar bien. O dos. No sabía. Miró el puesto de flores y sonrió. Algo distinto se dijo.
Caminó bajo el sol un par de cuadras. Había un fiambrería nueva en el barrio donde vendían queso brie. Eso. Se compraría un poco de queso brie. Y pan negro. El dulce ya lo tenía.
Caminaba firmemente hacia su destino, no soportaba la idea de encontrar su deseo cerrado, pero mirá qué tonta… llamarle destino a la fiambrería. No. Apuró el paso. Dejó de ver vestiditos de verano. Frescos , livianos, a la moda. Ella nunca iba a la moda. Bah, antes sí. Sí? Bueno, no importaba mucho eso ahora. La cuestión era llegar rápido a la fiambrería y ver la horma de brie. Sería feliz el último día del año. Eso le abriría la puerta de la felicidad en el año que llegaba, quién sabe si la cosa era más fácil de lo que suponía.
Abrió la puerta y se dio cuenta que para la felicidad hay que sacar número. Y esperar. Como todo buen vecino. ¿Por qué número van?, pregunto amable. Diecisiete papelitos la separaban de su felicidad en forma de brie. Sí, estaba dispuesta. Por qué no. Ahora no se iba a echar atrás. El que quiere celeste que le cueste. Al final nunca probó a ser igual a los que criticaba. Siempre invertía los planes. Así nunca su vida tomaría el rumbo que debería. Espero mirando niños ajenos. Sonriéndole a los fiambres. ¿Tan poco esfuerzo daría resultado? Claro que sí. Pensó en ir a la vereda a fumarse un cigarrillo. Los dejó en la cartera. Anoche. Cuando llegó no fumó. Era muy tarde. Se metió entre las sábanas y leyó un rato hasta que amaneció. No fumó. Los cigarrillos ahora estaba en la cartera colgada de la silla de la cocina. Bueno, era un buen signo. A esperar como todos. Ahí estaba el secreto. No haría nada que los demás, los normales, los felices, los desorbitados por comprar en el último minuto, no hicieran. Eso. Una más.
Le encantó como el dueño de la fiambrería se saludaba con un hombre gordo con una nenita. Le hizo acordar a su viejo. La sonrisa, el augurio, la honestidad, el laburo, después la sidra y las lágrimas de emoción por un año más. Así era antes. Así sería ahora. Retomaría ese hilo roto que no se acordaba bien cuando fue que se cortó, ni por qué. Y con su brie y su normalidad sería, como todos, feliz.
Llegó a su casa habiéndose comprado un short que vio en liquidación. La empleada le dio una bolsa tan linda, con flores… y una cinta preciosa. Pero no hace falta!, se escuchó decirle, te va a salir más cara la bolsa que el short! Qué estúpida. Siempre ese sentimiento de culpa venía a alborotarle los deseos. Una vez que se le estaban dando bien las cosas…¿qué le importaba si le salía más caro o más barato, qué sabía ella cuánto costaba el short en realidad, si quizá lo hacía alguna inmigrante mal paga y en negro, con un vaso de gaseosa y un ventilador cerca, quizá hacía 100 o 200 de estos shorts por día, y le pagaban dos mangos ¿y los nenes?... sus nenes andarían entre las máquinas de coser, aspirando ese hilo que condensaba el aire, y . No es nada, le escuchó a la empleada. ¿Te puedo pagar con tarjeta? Síiii! Ah, qué bien. Buena chica la empleada. Esto es tuyo. Gracias! Y buen año! . Eso, para vos también, felicidades! Dijo, y salió con su bolsa hermosa, al sol, a los ojos desorbitados de un pasado el mediodía del último día de año.
Se reía. Se sentía tan integrada a ese mundo de normales , tan fácil le era todo, tan lindo. Saludó a la florista, y se sintió un poco culpable de no comprarle , pero la florista le devolvió el saludo y le dijo buen año. No, si esto de cambiar no era tan difícil. Cada vez se convencía más.
Llegó a su casa, y puso el brie y el pan negro sobre la mesa. Sacó el dulce de la heladera. El jamón. El jamón estaba en paquete cerrado. De papel, como a ella le gustaba. Mmmm…qué bien! Como antes! Nada de plástico. Abrió el paquete de papel y sin darse cuenta tiró el del pan negro con semillas al suelo. Sonrió. Vamos che, se dijo, no empecemos. Levantó el paquete, le sacó el alambrecito celeste que lo cerraba y esta vez cayó el alambrecito . Ma que me importa, dijo mirando al alambre sobre las baldosas. Le pongo otro, no lo pienso levantar. Sacó dos rodajas de pan y metió la mano en el paquete de fiambre para sacar unas fetas. ¿Por qué se pega el fiambre? Por qué lo cortan tan finito! ...o quizá esté viejo. Lo olió. Rico olor. Ah, ya sé, me pongo el short y desayuno. Mientras el agua del mate se termina de calentar. Se puso el short. Se vio las piernas blancas. Parecía un pavo. ¿Así son los pavos de año nuevo, o esos son los del día de gracias a los que Obama les perdonó la vida? Bueno, las piernas blancas pero el short tiene lindo estampado. Se estaba mirando el culo subida al bidet del baño cuando escuchó el sonido de la pava. Ma sí, se me hirvió el agua. Apagó la luz del baño y le sacó la etiqueta al short. Llegó a la cocina y apagó el fuego. Levantó el alambre celeste. Sacó dos jirones de jamón y los puso uno en cada rodaja de pan. Cortó una feta de brie, la dividió en dos y la repartió sobre el jamón. El dulce. Una cucharita para el dulce. Se dio vuelta y quiso abrir el cajón de los cubiertos . Atascado. Pero la putaquemeparió! Metió la mano como pudo. Tanteó. Qué mierda es lo que…acercó una silla y se sentó. No encontraba lo que lo trababa. Tironeó fuerte y vio que la madera cedía. Así no lo voy a conseguir, se dijo. Así voy a romper todo.
Sacó la mano y se la miró, tenía marcas rojas y le temblaba por el esfuerzo. ¿Y sin dulce? Ma sí. Se levantó de la silla y buscó las rodajas de pan. Agarró una y de dio un mordisco. Así no es la cosa! No me va a poder, quiero mi pan con jamón, el brie y el dulce . Todo junto . Así. Como en un giro de taekwondo se dio la vuela y tiró fuerte del cajón de los cubiertos. Tenía la rodaja de pan entre los dientes apretados y se le cayó el brie primero sobre su teta y después siguió camino hasta el piso. El jirón del jamón todavía colgaba de su boca junto al pan. Saltó la madera del mueble y se quedó con el cajón en una mano. Los cubiertos tapaban el brie. Con la otra mano se quitó el pan con jamón de la boca. Lo tiró ahí, sobre la mesada. Apoyó el cajón vacío sobre la silla. Agarró una cucharita del piso. Abrió el dulce y sacó un poco. Se lo puso al pan. Mordió.
El sonido del celular comenzó a sonar con el nuevo ritmo. El old phone. Sería otro amigo deseándole felicidades. O quizá alguien que se quería colgar de un árbol. ¿Y? ¿Alguno le iría a arreglar su despelote de cubiertos, alguno le devolvería el brie al pan, le podría agua fría al agua hervida? ¿Entonces?
Miró el reloj. Nadie se suicida a esta hora, pensó. Es la hora de la siesta. Se fue al dormitorio todavía en penumbras. Se deslizó entre las sábanas. Mañana sería distinto.
1.1.12
A estrenar
Estoy como nena que cumple años esperando a los invitados.
Mi ansiedad supera mi contento. ¿Cómo hago para estrenar un año sin fallar?
Ayer mismo escribía que todo daba igual, hoy veo las fotos del 2011, los videos...¿Cuándo viví todo eso? ¿En un año nada más?
Tengo la sensación de habérmela pasado en cama.
Más depresión que fortuna.
Pero no.
Para algo está el registro que hoy me muestra que he vivido.
Sin ganas casi siempre, pero lo hice.
Lo ideal sería mostrar todas las fotos y los cortos que filmé, el libro que publiqué, las pinturas que realicé, pero ni eso, digo, hace falta.
Porque si no me voy a quedar en un pasado, reciente, pero pasado.
Y no tengo ganas.
Hoy hay luz
la gata está tranquila después de los petardos
mi hijo duerme
no hace calor
no hace frío
tengo mis cicatrices que van curando
una tía hermosa que tuvo la delicadeza de pedirle a la panadera me hiciera el postre que más me gusta,
uno típico esloveno
a ella ya no le dan las manos.
Tomamos sidra anoche mirando a mi tío dormir en el sillón.
Ella no lloraba.
Sólo lo miraba a cada rato, como constatando que no había muerto.
Cuando despertó le extendió la mano.
Feliz año viejo, dijo.
Feliz repitió él. Y sonrió, con una sonrisa ida de 89 años.
¿Amor? no sé... hay tanto sacrificio en el amor.
No sé si yo tuve ese amor.
Pero no me puedo quejar.
Por lo tanto sigo.
Tengo amor del bueno, del tóxico,
del domesticado, del enfermo, del apasionado,
del increíble, del santo, del funámbulo, del violento
del tremendo, del caro.
Tengo amor entonces.
El mate frío al lado y cigarrillos.
El lujo de cualquier condenado, de pobre encerrado.
Veo una cortina de colores que se vuela con el viento
parece viva.
Pies. Pequeños. Sin deformaciones. Y a mis pies la gata duerme.
Hay silencio de primero de año.
Amigos que esperan.
Hay queso para comer. Y pan.
Waifai. Un año a estrenar.
¿Qué más?
Mi ansiedad supera mi contento. ¿Cómo hago para estrenar un año sin fallar?
Ayer mismo escribía que todo daba igual, hoy veo las fotos del 2011, los videos...¿Cuándo viví todo eso? ¿En un año nada más?
Tengo la sensación de habérmela pasado en cama.
Más depresión que fortuna.
Pero no.
Para algo está el registro que hoy me muestra que he vivido.
Sin ganas casi siempre, pero lo hice.
Lo ideal sería mostrar todas las fotos y los cortos que filmé, el libro que publiqué, las pinturas que realicé, pero ni eso, digo, hace falta.
Porque si no me voy a quedar en un pasado, reciente, pero pasado.
Y no tengo ganas.
Hoy hay luz
la gata está tranquila después de los petardos
mi hijo duerme
no hace calor
no hace frío
tengo mis cicatrices que van curando
una tía hermosa que tuvo la delicadeza de pedirle a la panadera me hiciera el postre que más me gusta,
uno típico esloveno
a ella ya no le dan las manos.
Tomamos sidra anoche mirando a mi tío dormir en el sillón.
Ella no lloraba.
Sólo lo miraba a cada rato, como constatando que no había muerto.
Cuando despertó le extendió la mano.
Feliz año viejo, dijo.
Feliz repitió él. Y sonrió, con una sonrisa ida de 89 años.
¿Amor? no sé... hay tanto sacrificio en el amor.
No sé si yo tuve ese amor.
Pero no me puedo quejar.
Por lo tanto sigo.
Tengo amor del bueno, del tóxico,
del domesticado, del enfermo, del apasionado,
del increíble, del santo, del funámbulo, del violento
del tremendo, del caro.
Tengo amor entonces.
El mate frío al lado y cigarrillos.
El lujo de cualquier condenado, de pobre encerrado.
Veo una cortina de colores que se vuela con el viento
parece viva.
Pies. Pequeños. Sin deformaciones. Y a mis pies la gata duerme.
Hay silencio de primero de año.
Amigos que esperan.
Hay queso para comer. Y pan.
Waifai. Un año a estrenar.
¿Qué más?
30.12.11
El que busca no encuentra
Por lo menos me pasa siempre que quiero buscar en mis blogs antiguos, voy leyendo, perdiéndome, anotando, pero jamás encuentro lo que busco.
Hoy buscaba un artículo que escribí sobre un cuento de Aída Bortnik, una guionista y escritoraza argentina, que tenía una sección en una revista llamada Humor, era la resistencia en tiempos de dictadura, una revista que tenía el valor a través de su humor de decir cosas que a nadie se le podía ocurrir decir en aquellos tiempos.
Y entre sus secciones, había una que me encantaba, era la de Aída Bortnik y sus cuentos, todavía recuerdo su caricatura. Lástima no encontrarla. Eso andaba buscando, eso y un homenaje que le hice hace unos años, en uno de mis blogs.
Pero el caso es que, gracias a la memoria, que a veces también, busca y no encuentra, o encuentra sin buscar, como en este caso, se me apareció hace pocos días, un cuento de esta mujer, la Bortnik, llamado Hagamos Una Lista.
Y me acordé, que en aquellos tiempos sin la velocidad y la virtualidad de los e-mails , se lo fotocopié a mi hermano que se había ido a vivir al extranjero, y se lo mandé, incluyéndolo en mi lista.
Este cuento, viene a decirles lo que pienso sobre este fin de 2011.
Dice así:
y así...con letra chiquita, en un papel cualquiera, hagamos la lista de la gente que como héroes cotidianos, nos ayudan a vivir.
Yo encabezo la mía con mi hijo Baltasar y la sigo con mi tía Darinka.
Dos personas que este año me enseñaron a soportar la noche más negra, casi tan negra como la que comenzó en 1492, cuando Hernán Cortés , el llamado Señor de la Gran Noche Oscura, pisó tierra maya, según la Cuenta Larga escrita en el Chúmilal Wuj, o libro del destino, y que terminará, según los Ancianos, el 20 de diciembre del 2012.
Pero la lista hoy se me hace interminable. No sé por qué. Será que el dolor enseña y que nos vuelve cada día, un poco más sabios.
La caricatura de la tapa de la Humor, es Bignone, ayer fue condenado por tercera vez, por crímenes de lesa humanidad. Fue el último presidente de facto de la Argentina.
Hoy buscaba un artículo que escribí sobre un cuento de Aída Bortnik, una guionista y escritoraza argentina, que tenía una sección en una revista llamada Humor, era la resistencia en tiempos de dictadura, una revista que tenía el valor a través de su humor de decir cosas que a nadie se le podía ocurrir decir en aquellos tiempos.
Y entre sus secciones, había una que me encantaba, era la de Aída Bortnik y sus cuentos, todavía recuerdo su caricatura. Lástima no encontrarla. Eso andaba buscando, eso y un homenaje que le hice hace unos años, en uno de mis blogs.
Pero el caso es que, gracias a la memoria, que a veces también, busca y no encuentra, o encuentra sin buscar, como en este caso, se me apareció hace pocos días, un cuento de esta mujer, la Bortnik, llamado Hagamos Una Lista.
Y me acordé, que en aquellos tiempos sin la velocidad y la virtualidad de los e-mails , se lo fotocopié a mi hermano que se había ido a vivir al extranjero, y se lo mandé, incluyéndolo en mi lista.
Este cuento, viene a decirles lo que pienso sobre este fin de 2011.
Dice así:
- "Muy buenos días, señoras y señores pasajeros!" - El cielo estaba gris, el vagón frío, éramos muchos y casi todos nos hubiéramos reconocido si alguna vez nos hubiéramos mirado. Sin embargo, la voz del vendedor sí pareció despertar una especie de recuerdo.... - "Como ven, no traigo entre las manos nada para venderles ..." era casi irritante, porque el hombre hablaba con timidez abrumadora, y no resultaba sencillo con él, como con otros, limitarse a esperar que terminara, previendo su discurso y sin mirarlo. - Hace un tiempo empecé en esta tarea y aunque la mercadería que ofrezco me ha costado tan cara, que no quisiera vivir otra vida en la que me viera obligado a pagarla, la ofrezco sin precio fijo. El sistema es raro, pero la oferta tampoco es fácil de encontrar en los negocios y prefiero que las damas y caballeros presentes la adquieran sólo en el caso de que, como a mi, les parezca de uso indispensable, y pagando no lo que crean que vale sino lo que sientan que pueden. A lo mejor así, ustedes y yo podemos seguir manteniendo este sistema.."-
Parecía fatigado y algunos de nosotros estábamos seguros de haberlo visto ya y de haber comprado algo que ofrecía. Ahora, todos lo escuchaban: los que seguían con los ojos cerrados, la señora del pañuelo en la cabeza, la de la nena en brazos, el viejito y el señor del portafolios, el muchacho sin saco, y la rubiecita aferrada a su novio.
Carraspeó y, como si lo recordara de pronto, cobrando ánimos, aplaudió el aire delante de su cara, a la manera de los magos antiguos: - "Les ofrezco una idea. No está completa, no puedo afirmar que sea original, no puedo asegurar que funcione de la misma manera para todos ... Pero sé que es una buena idea - sonrió, como si suspirara - porque antes de ofrecerla a los señores pasajeros, la he probado yo mismo." - Se calló un momento, con ese sabio silencio de los buenos vendedores. Y cuando volvió a hablar, había cambiado totalmente de tono.
-"Señoras y señores pasajeros: todos nosotros compramos, cada día, minuciosos relatos de muerte impune, miserables recuentos de crueldad infinita, desbordantes crónicas de locura, devastación y sangre, reducidas a cifras de un balance en el que siempre somos perdedores. Todos nosotros desayunamos, cada mañana, la amarga realidad de que la muerte tiene mejores titulares que la vida. Ninguno, supongo, sin embargo, propondría que los diarios dejaran de publicar los asesinatos, sino que los asesinos dejaran de gozar de buena salud para celebrarlos. Entretanto, como el tema es urgente, tendríamos que buscar otro espacio para vendernos a nosotros mismos los titulares que testimonian que no todo está perdido. Un espacio interior, pero expresivo." - Sacó un pañuelo, se secó la cara desordenadamente y se quedó mirándolo, como si no recordará para qué servia. Lo arrugó en la mano y, mientras parecía ruborizarse casi violentamente, abrió los brazos con una fuerza insospechada y gritó, pero como si suplicara: - "Hagamos una lista, cada uno la suya, una lista humilde, pero minuciosa, de todos los gestos y toda la gente que nos hacen bien. Una lista personal, sin prioridades, sin famas, sin mayúsculas ... Con el perdón de los señores pasajeros y sólo a manera de ejemplo, leeré la mía." - El papelito que sacó del bolsillo estaba doblado en cuatro y escrito de ambos lados. Recitó, con pudor pero en voz alta: - Mi primo Tito, que es médico porque le gusta curar a la gente y que tiene úlcera porque traga todo el dolor para aliviar; los señores Álvarez Marián y Barbeito y la Señorita Marta, que venden máquinas de escribir, enfrente de mi casa, y tratan a todo el mundo como a un semejante; el dueño del garage que hace favores como si viviera de eso y el Morocho que lava los coches mientras da consejos que parecen abrazos; el cartero que entrega las cartas con dirección equivocada, porque se siente responsable de que la comunicación no se interrumpa; mi abuela con nombre de flor, que enterró a sus hijas y siguió siendo capaz de querer a los hijos de otras..." - Se detuvo de pronto, miró de frente, con los ojos extrañamente húmedos. Dobló el papelito despidiéndose: - "Muchas gracias por su atención, señoras y señores pasajeros. Y espero que pasen ustedes un buen día." -
Mientras guardaba la lista, algunos comenzaron a rebuscar billetes en sacos y carteras. Otros, sin embargo, eligieron un pago diferente. Empezaron una lista en un papel cualquiera, escribiendo con letra chiquita.
y así...con letra chiquita, en un papel cualquiera, hagamos la lista de la gente que como héroes cotidianos, nos ayudan a vivir.
Yo encabezo la mía con mi hijo Baltasar y la sigo con mi tía Darinka.
Dos personas que este año me enseñaron a soportar la noche más negra, casi tan negra como la que comenzó en 1492, cuando Hernán Cortés , el llamado Señor de la Gran Noche Oscura, pisó tierra maya, según la Cuenta Larga escrita en el Chúmilal Wuj, o libro del destino, y que terminará, según los Ancianos, el 20 de diciembre del 2012.
Pero la lista hoy se me hace interminable. No sé por qué. Será que el dolor enseña y que nos vuelve cada día, un poco más sabios.
La caricatura de la tapa de la Humor, es Bignone, ayer fue condenado por tercera vez, por crímenes de lesa humanidad. Fue el último presidente de facto de la Argentina.
21.12.11
La marcha de Yepes
1.Desde hace un par de días, tal vez más, resuena en mi cabeza esta marcha irlandesa. La posteó una amiga recién estrenada del facebook y hubo algo que activó otra cosa. No lo sé. Le doy vueltas y vueltas. Como las cajitas musicales que empalman una y otra vez la misma melodía. Mi hijo ya escuchó como tres versiones distintas . Yo las escuché también, cómo no escucharlas si él pone el volumen a tope, pero nada. Ni un pelo me tocaron.
En cambio, esta que posteó mi amiga, sí. Y si alguno intenta reírse de mi facilidad con que bautizo a la gente que conozco como amigos, les digo que piensen un poquito nada más en gente de su familia que los haya traicionado, que se haya vuelto de espaldas cuando más la necesitaban, y ahí está el porqué de mi sobre dimensión a los amigos de la vida. Hay momentos en que llegan ángeles, no tengo otra forma de llamarles -perdonen mi religiosidad-, que llegan justo cuando uno está a punto de perder el equilibrio, de patear el banquillo. Antes de que la cuerda apriete el cuello y diga basta, antes de que la dosis sea demasiado alta, antes de que las ruedas del coche te amasen como un canelón, llegan ellos. Los enviados. Los ángeles. Los que suben a su muro de facebook alguna música sin querer y paf, te dan un cachetazo de infancia, de conexión, de eje, no sé bien cómo lo logran, pero quizá como esos traumatólogos que están tan bien entrenados que en un minuto te colocan un hueso en su lugar sin que vos te des cuenta del dolor.
Estas gentes, para mí, pasan a llamarse amigos. Y amigos para siempre. Aunque no los vea más. Nunca más. Aunque no les pueda devolver jamás lo que me dieron. Cómo hacerlo? Cómo provocar lo mismo , esa conexión fantástica con nuestra infancia sin haberla compartido, ese re-ubicarnos en nuestro eje sin saber cuál es?
Hay gente que compartió útero, y no tiene la capacidad ni la magia de estos ángeles, sí...rían nomás, estos ángeles del deseo de Wim Wenders , que flotando en el espacio llegan y tocan el timbre de casa en el instante preciso? Y aunque lo digo por experiencia, no lo tomen literalmente, porque ya veo que uff...la que se me arma ahora. Ja!.
2. Desde ese día, en que escuché esta marcha por vez primera, y decir esto a los veinticuatro años es una cosa, y decirlo a los cuarenta y ocho es otra, ¿no? desde ese día, les contaba, que me despierto con la marchita en la cabeza. ¿En el hipotálamo? ¿El los lóbulos frontales? No sé. Adentro. Está adentro. Y suena. La cuerda de la cajita de música soy yo al moverme. ¿La hora en que suena con más potencia? El despertar. Sean las tres de la tarde o las seis de la mañana. No importa. Suena. Tan tan tarantán- tan, tan tarantán tan tan...y así.
¿Que estoy loca? Ya lo sé. ¿ Y ?
3. Hoy después de algunos días de calor insoportable, de sol que me angustiaba porque es verano en Buenos Aires, y hay que cerrar persianas y prender ventiladores, y mojarse a cada rato, hoy, llegó la tregua. Desperté con el brillo del gris en mis pestañas. Y así, como la Wander Woman de nuestra infancia, me convertí en un pispás en madre perfecta, tía perfecta, sobrina perfecta, y detengámonos ya.
Como buena madre, me puse a hacer unas natillas que desde ayer quería hacer, pero había que revolver mucho tiempo al lado del fuego y la sensación térmica del día de ayer no me lo permitió. Hoy, mientras revolvía, durante ese tiempo que es eterno hasta que la leche va tomando espesor y a la cuchara de madera le va oponiendo cada vez más resistencia, la marcha irlandesa en versión Yepes me acompañaba desde dentro. Recordaba cuándo fue que dejé de ser madre abnegada y ama de casa juiciosa, cuándo me empezó a importar más escribir que cocinar, desde cuándo escribo en computadora o notebook y no a mano como siempre lo hice, qué le pasó por la cabeza a la gente que me retiró el saludo después del asunto con el pendejo, no eran acaso ellos los defensores de quebrar toda regla, toda norma, no se jactaban acaso de buscar oscuridad y sentirse atraídos por los personajes oscuros de la vida? Cómo estaría rindiendo mi sobrino? Sabría que lo querré siempre, siempre, siempre, como a mi hijo, haga lo que haga, diga lo que diga? De dónde sale ese sentimiento atroz de defensa de un hijo, o sobrino en este caso, de no poder despegar su carita tierna, su baba , su olor a leche, de su imagen actual, despreocupada e indiferente, cruel a veces, resolviendo con un No me di cuenta! nuestro planteo de ¿por qué me lo hiciste? clavándonos un tenedor en las venas como el hijo de la protagonista de La luna , de Bertolucci? Mi madre siempre me decía que yo era tágica. Mi hermana , lo sigue diciendo, que soy exagerada e hipensensible. Mi psiquiatra demasiado humilde y además, culposa al pedo. Hooombre! Empezáramos! por qué no se ponen de acuerdo no? Pues nada, las natillas ya estaban listas y yo seguía, tan tan tarantán, tan tan tarantán...
4. En eso vino mi tía, y cuando viene mi tía, viene mi tía. Es lo más lindo que hay en la tierra pero hay que detener las rotativas. Ella con sus ochenta y cinco años y su bastón , merece eso y algo más. Pero mínimamente eso. Que la leche, que los huesos, que el tiempo...y yo, tan tan tarantán- tan tan-tarantán...que sí tía que está a dos con cuarenta en el Día, por lo menos yo la compré a ese precio el otro día. No...dos con cuarenta y nueve. Tan tan tarantán...Puede ser tía, puede ser, pero más o menos, a ese precio. Porque mirá, si vas acá a los chinos, tienen la misma pero al doble!. tan tan tarantán, tan tan tarantán. Bueno, te dejo que se me va a hacer tarde , ¿necesitás algo?¿ Qué? ¿Mi tía, a sus ochenta y cinco , con su bastón y su pinta de viejita francesa de el inspector Clouseau me dice si yo necesito algo? No tía, le digo, y la acompaño unos pasos, pero la marcha vuelve a empezar, esta vez para recordarla a mi tía hace veinte años, hablando de su madre como la sorda, gritándole en esloveno, para que la escuche. Cómo te la da la vida. Lo que hacés recibís. Ella que tenía oído de tísica, ahora no escucha casi nada. Jamás por ejemplo, podremos ya, compartir la marcha irlandesa de Yepes, y eso me entristece. Está viejita. Y yo avanzo hacia allí, al mismo punto. Sin detenerme. Como todos. Aunque el tiempo , el jodido y relativo tiempo, se quede quieto. tan tán tarantán- tan tan tarantán.
Y eso es todo amigos, aunque no dije nada de lo que quería decir, no porque no lo pueda decir, sino porque ya se me fue de la cabeza, mientras fregaba pisos, lavaba el baño, separaba ropa oscura de clara, daba de comer a la gata, desayunaba ,
fumaba,
tendía,
estrujaba,
contaba,
pisaba,
marchaba como las estrellas que no veo en el cielo
porque es de día
marchaba
como los acordes de Yepes
y su guitarra.
Tan tan tarantán-tan tan tarantán...
(a María Cristina)
17.12.11
Un día cualquiera entre los vivos.
Me despierto a las tres de la tarde, la vida me sonríe desde su resaca de anoche, estuvo lindo me digo, les voy a escribir algo a los chicos, huelo así como de sopetón el aroma de los jazmines que me trajo de su propio jardín la que organizó la velada en casa, lindo, estuvo lindo me digo, la casa en penumbras, afuera hay un sol, uf, calor también, la gata duerme, anoche me la olvidé en la terraza mientras todos estábamos hablando de, de qué, de qué hablamos anoche?, me acuerdo de la mina del kiosko, ja! refiriéndose con su boca en U a la medida de las partes de los maridos de las mujeres según hablan, qué guasa, y la pelirroja? la ginecóloga diciendo sí, así habla la mayoría, las partes, pudendas aclaró el que llevaba el cartelito abrochado por un botón, no sabía , jamás lo escuché dijo la que sabe latín, con y griega aclaró el del cartelito, a ver si me confunden, naaaa...acá nadie te va a confundir, le aclaré, el vino se multiplicaba sobre la mesa a medida que el timbre sonaba, qué bueno, hay para beber, no moriremos de sed, estuvo lindo, el agua en la pava comenzaba a emitir ese sonido que conozco, ese sonido matutino que hoy gracias a lo lindo de ayer, era vespertino, la yerba y su aroma, un atado de cigarros me fumé, por eso la garganta así, qué graciosa la del pelo largo cruzando la calle, perá, perá que nos morimos acá, graciosa era poco, qué lindo pelo tenés, le dijo el hijo de la kioskera, la U en la boca para catalogar a sus clientas, las que piden así, viste? las que piden así, las finas, jaja, qué tipa! y la otra le seguía el verso! , así empiezan viste? dijo la kioskera, qué lindo pelo, qué lindos ojos, por qué te metés en mis cosas má?, qué lindo!, ¿y lo del café en la farmacia de turno?, más!, qué bueno, coronados de gloria vivamos con el dolca que supimos conseguir, mirá que hay que tener suerte eh?, despertar a una pobre piba de guardia en una farmacia y conseguir los laureles del himno, o el dolca para cortar el vino, no? a esa altura de la noche ya, qué bueno, un mate caliente, ahhhh...esto es vida, vuelta a la cama, ahora le escribo a los chicos, qué lindo! y el loco de Patagones que no apareció, pero qué lindo mensaje, los quiero a todo infelise!, así, infelise nos escribió, con el humor del que sabe nos va a hacer reír, infelise, má infelí será vó, estaba por contestarle, que no llegaste infelí, pero había tanto amor en su mensaje, tanta recomendación de cuidar en su nombre lo que vale que, ¿para qué no? , mejor contestarle bien al infeliz, si al fin y al cabo no pudo llegar, doscientas leguas de Patagones a Devoto, sí? tanto habrá o será poco? mirá que no saber lo que mide una legua! ahora lo miro en la wikipedia y me saco el entripado , no me va a dejar así el tipo, pero qué lindo che, qué linda gente,con la patrona de la fiesta ahí, sentada como en un trono, fumando esos finitos, el otro con su camisa blanca impecable auto designándose dios, y el que me pasó el mensaje del infeliz de Patagones, el de la aclaración de la y griega, qué bárbaro, todo lo que contó, con esa simpleza, buena gente, good boys...ahistá mate, notebook, cama, facebook, bien, miremos primero los mensajes...¿Cómo? pero, pero qué dicen estos infelices? ¿cómo son capaces de joder con, qué...?
BromapesadaSuicidioPatagonesCocheríaConfirmación: dolor, dolor, dolor.
Y Cesaria acompaña al infeliz que no llegó. ¿Qué día es hoy?
A Fermín. A Cesaria.
11.12.11
Melancholia
Lars von Trier filmó una película que habla de eso,
la puta melancolía que avanza en su vuelo
como un vals de recién casados ,
con la tierra, con dos hermanas ¿melllizas?,
con un pendejo, con un marido
que quiere cuidar pero que tiene más miedo él que su
frágil y obsesiva mujercita.
bella en sus ojos
en su cabalgar
en su miseria de rica trastornada.
La rubia, la hermana,
todo lo sabe todo lo acepta
una especie de bruja erótica
tía "quiebrahuesos"
también cabalga junto a su hermana.
Hay algo en Lars von Trier que no termina de gustarme.
Aunque lo apasionen los mismos temas que despiertan mi apasionamiento.
Hay algo que va y que viene en su films.
No sé si creerle.
Me parece que es como esos tipos que quieren ser oscuros pero sus amigos están todos bien iluminados por los focos de la fama. Una oscuridad mentirosa.
Me parece que lo asusta la pobreza y la mugre
la miseria misma
la locura en serio.
Es demasiado bella su locura.
Y la locura nunca es bella,
Nunca.
Nunca.
Nunca.
La locura babea, escupe, huele mal, tartamudea. Vuelve vidriosos los ojos
congelados en el más allá, en un mundo indefinido ,indiferente,
no apocalíptico, no alegre. Estúpido y rítmico. Como algún músculo del cuerpo que tarda en darse cuenta de su movimiento.
La locura no siempre es aparatosa. Aburre. Casi se disimula comprando el pan de todos los días. Casi, hablando en un tono correcto.
Por eso no termina de convencerme Melancholia. Es demasiado bella. No le creo.
Los melancólicos somos mucho menos aristocráticos que sus dos hermanas. Verdaderamente oscuros. Pegajosos. Mendigos. Insoportables.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)