-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

28.1.12

Conozco cada flor


Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.
El sol de la mañana abrumando a mis hermanas azucenas. ¿Cuándo ellas se dejaron seducir por el sol? Cuándo que no pude defenderlas?
Sé del perfume de ellas en todo su esplendor.  A la noche. Recién entonces  vomitan su placer de azúcar imantando enamorados, niños, viejos a tiempo de morir. Los arrastran por rieles voluptuosos de profundidades nunca antes percibidas. Ellas están aquí desde mi abuelo. Así me contó mi padre. Eso le digo a mi hijo.
Una azucena es una hermana, que espera mi visita todos los febreros. No hay poder humano que me absuelva de mi pacto.
Prefiero quedar asilada de los hombres, de los rústicos y nobles, de los propietarios que cacarean a Marx, como una canción de cuna en la que creen, como un rezo sin sentido cuando el muerto se nos deshace en el último aliento y nuestras manos ya no lo sujetan, prefiero ser acusada por un clan o una familia de invasora, prefiero el silencio de un adolescente enjuto y retirado del mundo, antes que ver a una de mis hermanas pisoteadas, aunque sea por pie pequeño, aunque sea sin maldad, por puro descubrimiento del placer de caminar en el cielo pisando sus lanzas que no hieren.

Conozco cada piedra, maullido, viento.

Me duelen las chapas golpeadas por la higuera del vecino.
Por qué no  alienta  a sus brazos a moverse en otro sentido. Por qué no deja de hostigarme, de golpear mi techo aprovechando la furia del  viento bendito?
Los buenos vecinos han muerto como los eucaliptos, sólo queda alguno escondido. Me rodean nuevos e ingratos. Jóvenes familias que nada saben de tradiciones  y pioneros, pero tampoco se interesan por  acusar el pasado ni celebrar la memoria. Por respirar cuando el aire, el viento, el mar, nos trae su recuerdo de pescadores “madrugantes”, nos remonta a la locura de una abuela triestina aullando a su hombre sin sentido, nos inflama de estrellas y las nubes corren a esconderse, a morir en el mar, tan blancas ellas que les avergüenza competir con el brillo de esos soles nocturnos, que aquí se ven, no se adivinan, aquí laten en el azul cuando mi hermano mayor, el viento, hace sonar el álamo, el nogal, y la higuera que resiste, en una sinfonía opiácea, monótona, ruda, para el que sólo quiere escucharse a sí mismo, para el que se festeja cada día, creyéndose eterno, para el que no quiere ser manchado por la vida, sólo vestirse de ella, de vez en cuando, y mostrar que es un vivo más en ese mundo tonto, sin destino, el mundo fatuo, artificial, del sin sentir , de la carcajada fácil arriada por el champagne brut.

Conozco cada piedra, maullido, viento.

Sé de este camino de piedras rojas. Sé como se hizo. Quiénes. La alegría del esfuerzo compartido. La alegría verdadera del estar de un mismo lado y compartir, no sólo el pan, sino el trabajo.
Padre, hija, nieto. Trayendo las lajas viejas de un bordeau oscuro, haciendo más fácil el camino de los que llegan, amparando la hierba tierna de las pisadas groseras . Las lajas que pensamos no servían ya,  sirvieron, las reciclamos en su función . Y se pusieron ropas nuevas, se asentaron en la tierra con arena, lluvia y tiempo, con un martilleo nivelador, que fue festejado, aplaudido y ribeteado de risas , qué lindo es el trabajo en familia!
Fue el último. La última cooperación de tres generaciones. Cruza el parque en diagonal. El rocío vuelve perlada su superficie. El sol la seca. Los inviernos pasan, las flores de los ciruelos las llenan de pequeños copos blancos, diminutos y frágiles que salpican el bordeau durante un tiempo, después el viento y su aullido se las lleva. Después el sol del verano las seca, el otoño las llena de crujidos dorados, y ellas siguen benévolas y fieles, dejándose pisotear, sacrificando su lomo viejo, para que el verde pasto crezca, joven y fuerte, almohada de cabezas cansadas, de amantes ebrios de luna menguante, de estupidez veinteañera , botellas de cerveza, recogidas al sol de la mañana que borra todo vestigio de excesos , furia, y seducciones.

Conozco cada flor, piedra, maullido, viento.

Sé de los gatos y sus recorridos, sé de cómo buscan su almuerzo, hermanos de las ratas más abyectas , sé que destrozan todo y orinan territorios, sé que cazan pájaros subidos a las ramas de los árboles, sé cuáles están viejos ya, cuáles gritan para parir, cuáles se dejan acariciar, y cuál está por morir.

Todo, todo lo que acabo de nombrar, cada flor, piedra, maullido, viento, me recuerda que estoy viva, que en nuestro vínculo de lágrimas, risas, edades y sucesos, todo fue compartido. Es en este lugar  que siento un cobijo sin rejas, al amor sin límites, el llanto sin reproches.
Este , sin duda,  con sus flores, piedras , maullidos y viento, es el mejor lugar para defenderme de la hipocresía de mi propio mundo.

5 comentarios:

dodo dijo...

Belo texto, poético...

D.Laurencich dijo...

gracias Dodo, un texto de vacaciones...

Anónimo dijo...

primera vez que me pasa que cala tan adentro una prosa poética ( como si estuviera en el jardín mirá)

Mariluz GH dijo...

Quiero agradecerte sobre esta entrada tus palabras, Diana; GRACIAS me han hecho mucho bien... me he dejado llevar por la tristeza (ese animal sin cerebro) y me está costando enfrentarme a ella. Hay una espera de por medio, una persona que quiero mucho se está apagando como una velita y mientras le llega la muerte yo estoy deseando que no tarde mucho y así liberarla de dolor inútil; por ella y por su familia.

Gracias por dejarme tu abrazo, tan fuerte que lo llegué asentir :)

uno grande grande para ti sola :)

D.Laurencich dijo...

Me alegra Mariluz que te haya llegado mi abrazo enfurecido...es triste cuando las velas no se apagan al primer soplo. Lo sé. Fuerza mujer y pronta liberación para la familia!