-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

24.11.11

Devuélvanme el pasado


Ayer no tomé la pastilla del olvido. Quería estar presente en mi noche de sueños y vigilias, recuerdos y obsesiones, carteles que indican fechas, lugares, gente.
Ayer, justamente ayer estuvimos hablando de eso con mi psicólogo: los carteles. Recuerdo algunos en mi vida y mis escritos. Ohne Kinder. Baldeaditas. Zwillinge. Ayer fue Olimpo. Mejor dicho "El" Olimpo.
Cuando uno piensa en el Olimpo, aunque José crea que mi pregunta fue ingenua, cuando uno piensa en él, piensa en el paraíso, digamos no? Una orgía de dioses con sus culebrones. Y los imagina a tipos como el gran William Shakespeare echado entre los almohadones de pluma, hasta nuestro local, Alejandro Dolina sentado a un costado, en una butaca tapizada de rojo o en la radio, según cada imaginador.
Pues bien, ayer cuando le pregunté al guía del Olimpo sobre el nombre, me dijo, lo eligieron ellos. Cuando lo construyeron como futura cárcel. Una perversión más.
Así empezó para mí , lo que fue la visita más dura a un campo de concentración, más dura que Dachau mismo, que fue el primero.

Ayer, cuando salí del Campo de Detención, Tortura y Exterminio Olimpo, y a pesar del magnífico cierre con tantos relatos de vida, resistencia y solidaridad- en ese ámbito inmaculado que es la Biblioteca  Popular Carlos Fuentealba, erigida sobre la base de los  libros que prohibió, escondió y quemó la dictadura-  ayer, decidí un estúpido pero sincero homenaje a los quinientos tipos que pasaron o fueron asesinados ahí.
No tomarme la pastilla del olvido. No tomar esa pastilla para mí es, equivalente a pasar una noche furiosamente atolondrada de recuerdos , donde se mezclan en concierto pesadillesco, vívido , tan vívido que a veces dudo de que esa no sea mi primera realidad, personajes de mi familia, en especial mi hermana gemela, el padre de mi hijo, mi propio padre - ayer estaba mucho más viejo, por cierto, y olvidadizo, y le había crecido el pelo, ese que ya no tenía-, mi hermano el zurdo, mi madre literatura, porque si hay algo extraño en esta vida de ensueño o pesadilla, es que a veces mi madre, la que era mi madre, se desdibuja para pasar a ser una escritora, o la compañera de un escritor, ayer andaba entre Pilar Saramago, y mi verdadera, pero con peluca de color oscuro.
Pienso en las veces que las mujeres, madres, familiares de detenidos desaparecidos usaron pelucas para poder darle el último beso a sus hijos.Puede ser por eso lo de la peluca, me digo en el sueño.
Torturarme a mí misma no es de valiente, mucho menos de masoquista, es una estrategia para no perder lo que se procesa en el sueño después de haber recorrido los pasillos del centro, sintiendo los grilletes en los pies, oliendo la putrefacción de la carne quemada mezclada con la orina, los azulejos camuflando  la sangre, los escritos graffiteados arrasados por el salpicré, las ventanas tapiadas.
Al irme a dormir, me vino a la memoria el tema de Serrat, ese que habla de las cosas que le entrega a su amor, en un poema, pero era como un recuerdo de exilio, de esos en los que una siente que perdió su identidad, y que ya nunca más será " la melliza,hija del librero del barrio, ese tipo tan simpático", sino que es una inmigrante con el deber de pagar un derecho de piso, demostrando que es buena mujer, trabajadora y que no viene a robar, que viene a vivir con más dignidad, que vuelve buscando en sus raíces algo de dónde aferrarse.
Pero eso, en el peor de los casos de exilio, de un blanqueo, de la oportunidad de una nueva vida.
En caso de estar tabicado y picaneado en una celda de dos por uno y medio, con dos, tres compañeros más, sin luz, sin colchón, sin agua,  creo que este tema de Serrat, ya no sería un poema de amor, sino de dolor, profundo dolor por las cosas que jamás se van a volver a ver.
Tarareando esa canción, le escribí a Ángela Urondo, no puedo escribir nada, y así fue, si bien me dejé a mano un cuaderno para poder hacerlo apenas pude llegar a leer el libro que me dieron en el Olimpo- al que rocé de cuando en cuando en mi soñar, bajo la almohada, y lo sentía como el brazo de algún compañero- , apenas decía , pude leer algo de él, ver un pedazo de documental en Canal Encuentro, sobre la revuelta estudiantil del 68 en Méjico y apagar la luz, pensando en la que tenía alitas en las sienes, la que recuperó su vieja Olivetti, los que jugaban al ajedrez de tubo a tubo, de celda a celda. Los panópticos, y la anécdota, contada magistralmente por el Turco, más de 500 panópticos, custodiados por un solo guardia borracho.

Mi postura, para dormir durante casi toda la noche, fue la de un feto, lo recordaba a mi padre, cuando murió y lo fui a ver y lo destapé. Un feto. Yo también dormí como muerta . Cuando llegaba al lugar de la vigilia, al darme cuenta que estaba así, me estiraba, me daba la vuelta, pero a la hora o dos horas, quién sabe, me volvía a encontrar en la misma postura, la cabeza transpirada sobre la almohada como cuando era chica, ese olor a bebé entre dulzón y agrio, que había quedado en mi archivo más primigenio.

Me soñé o me vi leyendo el diario, a los once, diez años. Soñé con el número tatuado en el brazo de mi compañera de asiento en el colectivo, con dos lunas dibujadas en un vidrio, con la nieve, una francesa diciéndome loca, la Virgen de Luján , el soldado de la prisión Libertad quien le festejó al tupamaro uruguayo, la navidad, después de ocho años de incomunicación total,  dejando de lado su arma en la cocina de la guardia y comprando sidra de su propio bolsillo, los pancitos repartidos y guardados por Elías-Horacio. El mar que devolvió algunos cuerpos.
Entre la persiana baja vi los primeros resquicios de luz y soñé con la luz de las celdas de ventanas tapiadas.

A pesar de ya ser las seis de la mañana, me incorporé cuando comenzaron los primeros movimientos de camiones, sin querer perder nada de la noche oscura pasada en la memoria, me olvidé de mucho, mucho de lo que quise retener, pero que la luz diurna, el mate, el despertarme tan lejos de una realidad de celda, me borró.
Y eso fue lo más duro, recordar a los quinientos que debían soportar rato a rato, el despertar y sentir que sí, que estaban en un pozo, en el medio de un barrio, de los más tranquilos de los cien barrios porteños. Con el cuerpo entumecido, con la carne lacerada, con el hambre entre los huesos y la memoria.
Podría seguir toda la mañana, es más, toda la vida, escribiendo sobre mi experiencia en el Olimpo, pero mejor es dejar acá, intentar ser mejor persona, más solidaria, más luchadora.
Creo que ese es el legado de todos los asesinados en el pozo del Olimpo, y en todas las cárceles y campos de concentración del mundo. Resistir las ganas de largar la chancleta, y pelear por un mundo mejor con miles de hombres nuevos.

2 comentarios:

Mariluz GH dijo...

Mi querida Diana, hoy por fin me atreví a acabar la lectura de esta desgarradora entrada y, por ende, me atrevo a dejar unas palabras aunque realmente debería seguir secando las lágrimas y dejar sólo un abrazo o tal vez 501... y todo mi respeto por tantos y tantos "dioses caídos" en el puto pozo del Olimpo

D.Laurencich dijo...

gracias Mariluz por tu sensibilidad y tu ternura. Como decía una vieja cantata militante, se siente, se siente, el abrazo está presente!