-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

8.5.10

La mano, el vestido y la espada


Hace muchos años, muchos, llegó del extranjero.
Estaba feliz de haber vuelto.
Era marzo. Una época que siempre le había gustado. No sólo por ver caer las primeras hojas , sino porque cumplía años su pequeña sobrina.

Ya en el aeropuerto, cuando escuchó su gritito y la vio correr hacia ella, la abrazó y la llenó de besos. Después le dijo algo sobre su hermoso vestido. Verde con cositas de colores. Y sobre su pelo largo. Era el verano mismo, pero de mediodía. Un blanco luminoso que deslumbraba.
Su sobrina no le soltaba la mano y ella no  soltaba la de su sobrina. Viajaron en el mismo auto.

Cuando llegaron a destino, las dos disfrutaron de la enorme cantidad de regalos que le trajo. Los que más le gustaron fueron un alce violeta que le compró en Praga, para meter la bolsa de agua caliente y no tener frío en los pies de princesita cuando llegase el invierno y un títere payaso que se lo había ganado su novio en Munich, en la Oktoberfest.  Todo era para ella. Su amor era incomparable e incondicional.
La casa estaba llena de amigos. Hubo asado como de costumbre, y las ropas abrigadas y pesadas del viejo continente, fueron reemplazadas por algo liviano y azul. Eso lo recuerda muy bien. Se puso algo azul y se  vio muy blanca. Casi como la nieve que había quedado atrás.

Su familia se retiró despacio a dormir la siesta, y ella con su sobrina , y siempre de la mano, fueron a ver el vestido que le había cosido su madre. Era negro de terciopelo, con un volado negro de seda , un  moño gigante cosido al escote, y unos lunares blancos , dispuestos tan equidistantes uno del otro, como el amor que ambas se tenían.

Al rato, su madre dijo que debían  irse, que debían dormir la siesta para estar frescas a la noche. Habían alquilado un salón , y el cumpleaños se festejaría allí, en el medio del casamiento de su cuñado. Ella lo sabía, porque su madre en esa época le contaba todo. No había cosas ocultas entre ellas.
La sobrina , a regañadientes, se fue a dormir con su madre. Y su madre, antes de despedirse de ella, le dio un regalo, pero no a su hija. Sino a ella . Se sorprendió y lo recibió feliz. Dijo gracias y la abrazó fuerte. No por el regalo , un pequeño libro que en su tapa decía Un día a la vez, sino por lo que decía en una letra manuscrita y de lapicera azul a fuente, que ella reconocía era de su hermana. Una letra legible y redonda, con curvas y cortes. Por algo habían nacido el mismo día, con dieciocho minutos de diferencia.
Había mucho amor  en esa carta. Mucho.

No había duda, la mejor vida era entre los suyos, en la Argentina,  a pesar de las crisis a las que ella, se terminaba acostumbrando como todos.

El libro me llegó, vaya a saber cómo. El texto está borroneado de tantas veces que lo prestó. Pero igual algo se puede leer: Una de las más bellas poesías que le habían escrito.

El amor de las tres era como los lunares del vestido. Tan cercano y tan recíproco como la distancia que las separaba.

" Es holandés" decías de un chaqueño. (....) se reía. Yo recordaba una película que veríamos después: la de la espada en la piedra y las mallas metálicas...probá a sacarla. Vos podés. Lo sé porque siempre tuve tu inicial grabada - o la de Dios, nunca supe- grabada entre mis ojos y el sol en las siestas de la terraza. La cabeza descansando en un neumático para poder pensar, a la noche, con la mano apretada. La de mi hermana. D(..... ) la que se hace anunciar por las estrellas y se aparece en los lunares de la espalda (..... ) vos, este libro que sabe hablar y guarda pañuelos entre las pág(....)

La fecha está borrosa. Se ve un tres al final.
Después reconozco mi letra,  en la siguiente página, y aunque también la fecha está borrosa, puedo ver un siete al final.

Ahora comprendo que si le gano el horror,
ésta será mi segunda vida.

Cierro el libro y pienso en ellas tres. Hay sol. Y aunque su sobrina hoy no le dé su mano y mucho menos un beso, ella irá a la terraza, apoyará su cabeza en un neumático, y  dirá: "es holandés, no  chaqueño", y probará a sacar la espada , no de la piedra, eso, como le dijo su hermana, lo pudo hacer varias veces.

Esta espada está más difícil, está clavada en su corazón. No sabe si algún día, la podrá sacar. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No creo que sea una espada , sino... estarias muerta. El corazon no resiste semejante ancho y espesor,y mira que tu corazon es graaaandeee. Toy segura que es un alfiler, como esos que se usan en umbanda (se escribe asi?) , que se dirigen con el claro deseo de dañar .... duelen , pero no matan
AH!! y no se pueden sacar che!!!!
Lo se , Diany, pero duelen.
beso
Laura

D.Laurencich dijo...

gracias Lau, puede ser un alfiler, pero el umbral de dolor está descendiendo al mínimo.

un abrzo, un beso y contame por mail en qué andás.

besooooo