Das Leben ist nicht viel mehr
als ein Tag und eine Nacht.
Alles andere ist Wiederholung.
Amelie Shenk.
(La vida no es mucho más
que un día y una noche.
Todo lo demás es repetición).
als ein Tag und eine Nacht.
Alles andere ist Wiederholung.
Amelie Shenk.
(La vida no es mucho más
que un día y una noche.
Todo lo demás es repetición).
Los laberintos de la vida, sobre papel de arroz, sobre la nieve o en la escarcha después del invierno, en la arena quemada de una isla de volcanes, en las nubes que cubren el cielo y deshielan hielos.
Hoy, hacia adentro.
Mañana, quién sabe.
Solía regresar cada tanto a su pueblo. La calle principal, que llevaba a su casa, seguía sin asfaltar, y sombreada por las mismas moreras de la infancia.
En lentas conversaciones con su padre iba por fin limando la distancia que siempre los había separado.
Después se despertaba.
De Ella contaba cuentos chinos, Del Centro Editores, Madrid 2008.
Cuando volvimos, me fue indicando cada
Después, pegó el mantel.
Hoy “la parca”
Para él, hoy,
Reconciliaciones
Solía regresar cada tanto a su pueblo. La calle principal, que llevaba a su casa, seguía sin asfaltar, y sombreada por las mismas moreras de la infancia.
En lentas conversaciones con su padre iba por fin limando la distancia que siempre los había separado.
Después se despertaba.
De Ella contaba cuentos chinos, Del Centro Editores, Madrid 2008.
la foto es de un mail que me llegó hoy del Centro Editores:
Campra, Rosalba. The books of labyrinths. Del Centro Editores. Madrid. 2008. Primera edición. 12 p. Texto en inglés, español, francés e italiano. Tirada 50 ejemplares.
Libro desplegable en papel pergamino, con tapa cartoné entelada, en caja diseñada especialmente. ISBN: 978-84-936353-6-7.
Estos laberintos son los que nos llevan al fondo mismo de nuestra creación, de nuestra infancia, de nosotras mismas , caminando al lado de nuestros padres.
Escucho a mi papá o escucho sus pasos, lo mismo.
Papá sigue vivo.
Siento últimamente,
una necesidad de controlar su existencia
como nunca había sentido.
Hoy, mirando su cara mientras dormía,
imaginé que estaba muerto,
y recordé su día.
Su, para mí, último día.
Caminó despacio casi detrás mío,
fuimos a comprar el diario.
Pan no. Tenía.
El sol me hacía transpirar, y él no lo sentía.
-No tenés calor? pregunté desterrando una posible
subida de presión por el sol en la nuca.
-No, estoy bien.
Y comenzó a nombrarme una por una todas las señales
de los habitantes de las casas que dejábamos a nuestro
paso.
De todas tenía algo para decir,
conocía a sus dueños o los había conocido
en otra época.
Cuando intento grabar un camino
en la memoria de Baltasar,
le cuento anécdotas (o las invento)
sobre sus señas,
para que no se pierda,
me di cuenta que él estaba haciendo lo mismo.
En el camino nos encontramos con Riggio,
el pintor.
Papá sostuvo estoico su cansancio y su sordera mientras
duró la charla.
Nos despedimos.
Continuó con su tarea de hablarme
de los habitantes de las casas.
Nunca había hecho algo así, con tal minuciosidad.
Me entristeció pensar en una despedida.
Me entristeció pensar en otros tiempos, sin tantas rejas en la casas,
con más vecinos en las puertas, más sillas y menos
blogs diría Mori.
Llegamos al quiosco y bromeó con la dueña.
Siempre le gustaron las “minas”.
Y si eran jóvenes mejor.
La señora le puso el diario en una bolsa,
y el dijo que
hoy no hacía falta, que tenía una secretaria.
Lo dijo orgulloso, señalándome,
hoy lo acompañaba
una hija.
Tuvo cuatro hijos,
siempre lo decía.
Orgulloso.
Después volvimos.
Demasiado despacio para mí.
Cada vez más de costado él,
más sostenido por su “palito”
como llamaba al bastón.
No supe nunca si era por vergüenza de tener
que usarlo,
o porque se divertía llamándolo así.
Cuando volvimos, me fue indicando cada
portal en el que el día anterior ,cuando se decompuso,
se había detenido.
Y por cuanto tiempo lo hizo.
Después, pegó el mantel.
Después, leyó sobre el asalto al banco,
después me miró largo rato
con la cabeza vacía.
Me dolieron sus ojos de tantas
preguntas.
Hoy “la parca”
vino a buscar a otro padre.
El de Meryrous.
No supe como fue
su último día.
Pero recuerdo de él,
su cruz gallega
en la solapa del saco,
y que volvió a fumar (sus LM)
después de 17 años.
Para él, hoy,
mi post.
Diana Laurencich, 24 de enero de 2006.
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