-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

12.8.11

Gilda, Anne Sexton, Ataque 77 y los zapatos rojos



Hoy empezó ayer
recordando un nombre
y anotándolo rápida en el cuaderno
Sexton.


Después la lluvia
la negrura de Tarkovskiana
no me dejó buscar era una infante de ventana en ventana
fotos y películas
la lluvia 
bendición para mí animo
pero mi felicidad se acabó en un atardecer como todos
yo sólo gozo cuando no hay sol
y la oscuridad bordea a todos
nos cubre como el poderoso presagio
a una condena natural
una tormenta brutal y monstruosa
que lave lleve 
lave y lleve.


La cama y sus secretos 
me protegieron como siempre que no llego a la vida
la vida se me escapa
pero alcancé sí 
en el sueño de una tarde 
un pueblo blanco volviéndose nocturno
me escucho cantar mientras bajo de un tranvía 
en busca del amor de migajas
el de verdad lo perdí y lo sé también en el sueño
pero estoy contenta cantando como una punk
el tema de Gilda 
la que murió joven como Anne
murió bella como Anne
pero sin psiquiatras ni electroshocks.




Puedo arrancarme de tu piel
de tu mirada, de tu ser
yo siento que la vida se nos va
y que el día de hoy no volverá.


Y así como voy cantando a grito pelado
hundiéndome en la colina de unos golfistas de Escocia
rumbo al amor de migajas
así 
escucho a unos vagos cantar detrás de mi
cantar la misma canción
sólo que ellos rozan los veinte
sólo que ellos se meten en la villa del Bajo Flores
para pegar un poco de algo con que divertirse esta noche.


La coincidencia inexplicable
nos lleva en direcciones opuestas
los conozco a todos
ellos sí salieron del psiquiátrico 
no como Gilda
sino como Anne Sexton.


Pero la noche y su primavera me chupa para el campo de golf
bajo y subo paredones de piedras celtas
sé que el amor está detrás de las casas 
las que se desdibujan bajo el aire tibio 
en una sagrada estación 
la de los amantes.


Bajo los faroles franceses
sé que la absenta espera en la mesa dispuesta
sé que pronto la canción de Gilda 
dejará de salir de mi boca a grito pelado
para contonearse en el dejo de mi memoria
mientras acepto el amor de migajas
tarareando una melodía casi inaudible.




Griselda García en Zapatos rojos, escribe sobre Anne Sexton: (1928-1974) 
Anne Gray Harvey nació en Massachusetts en 1928. Se casó con Alfred Muller Sexton a los 19 años. Un año después de nacida su primera hija le diagnosticaron depresión post-parto, sufriendo su primer crisis mental e ingresando a un hospital neuropsiquiátrico. Regresaría allí varias veces, sobre todo luego de sus intentos de suicidio, que se agudizaron luego del nacimiento de sus segunda hija. Fue su médico quien la apoyó para que desarrollara el interés en la poesía que había mostrado en la escuela secundaria. En el otoño de 1957 se inscribió en un taller de poesía en donde conocería a Sylvia Plath. Unidas en una relación con matices que lindaban entre la identificación mutua y la rivalidad poética, fueron influencias la una para la otra, llegando a competir en las clases por quien escribía el mejor poema. En 1974, a pesar de su éxito como escritora -había ganado el Premio Pulitzer de poesía por su libro Live or Die- perdió su batalla contra la enfermedad mental. Luego de almorzar con su mejor amiga, Sexton fue hasta el garage, encendió el motor de su auto y se suicidó con el monóxido de carbono. Como Robert Lowell, Sylvia Plath, W. D. Snodgrass y otros llamados "poetas confesionales", Sexton ofrece al lector una mirada íntima de la angustia emocional que caracterizó su vida. Hizo de la experiencia de ser mujer un tópico central en su poesía y a pesar de soportar críticas por hablar de temas como la menstruación, el aborto y la adicción a las drogas, es evidente que su talento como poeta trascendió cualquier controversia.
Griselda García

Griselda García traduce uno de los más bellos poemas de Anne Sexton.

Wanting to die

Since you ask, most days I cannot remember
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnameable lust returns.
Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.
But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.
Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.
In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.
I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.
Still-born, they don't always die,
but dazzled, they can't forget a drug so sweet
that even children would look on an smile.
To thrust all that life under your tongue!
that, all by itself, becomes a passion.
Death's a sad bone; bruised, you´d say,
and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.
Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit, a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,
leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love, whatever it was, an infection.

Deseando morir
Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.
Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.
Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.
De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.
No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.
Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto,  una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la pagina del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

2 comentarios:

Mariluz GH dijo...

Los genios tienen una sensibilidad especial que escapa a la "grosería" general de un mundo capaz de estremecerse sólo cuando el genio ha sucumbido.

Toda esa lectura me produce un tristeza infinita, Diana :(

D.Laurencich dijo...

gracias por leerme igual, aunque te de tristeza, comparto lo que decís sobre la genialidad.